martes, 8 de diciembre de 2015

Inmaculada.

Inmaculada naciste y la vida te fue manchando poco a poco. Primero fue la blanca mantilla de cristianar, mojada por gotas de agua bendita y lágrimas de un llanto frío, en tu bautizo. El chocolate caliente dejó huellas imborrables en aquel vestido de comunión, tras la infantil fiesta. Camino del altar, tu disfraz de novia enamorada barrió el pasillo central de la iglesia y acabó ajado después de una interminable celebración. La sangre de las urgencias tiñó de rojo, en incontables ocasiones, tu traje de faena. Y al final de tus días una triste sábana blanca, manchada de muerte, cubrió para siempre tu cuerpo. Pero mereció la pena vivir y perder la blancura de la inocencia en el camino.