lunes, 25 de julio de 2011

Mi amiga gaviota.


Regreso a Calp y mi amiga gaviota acompaña mi tiempo dispuesta a volar el mar y sobrevolar mi imaginación transmitiendo con sus cantos cifrados las sensaciones que capta suspendida en el viento.
Me cuenta las historias de los barcos del puerto y de la marinería que los tripulan; de parejas que pasean descalzas, cogidas de la mano, a la orilla del agua salada; de niñas que sueñan aventuras de princesas en castillos de arena; de las olas que vienen y van, sin inmutarse; de la vida que pasa sin apenas darnos cuenta.
A veces aterriza en la húmeda arena de la playa y mira a izquierda y derecha contemplando, de cerca, el paisaje humano que descansa, sin descanso.
Regreso a Calp, con mi amiga gaviota.

viernes, 22 de julio de 2011

La sirena sin rostro.


Querida sirena sin rostro: contemplo tu figura reposando a la orilla del mar de mis sueños.
Descansa tu cuerpo: mitad mujer, mitad pez, con torso femenino y cola de yubarta.
Aguardas tranquila mientras bosquejo tu cara en mi mente.
Me miras con ojos, que imagino de color azul marino, y me hablas con salada boca cerrada que tanto calla.
Capto tus cantos y encantos que llegan envueltos en la refrescante brisa de la tarde de mi mundo innavegable.
Y sonríes, en la quietud de tu cuerpo, que nada alrededor de mi barco varado en la playa, dispuesta a acompañarme en cualquier ensueño que me atrape.
Amiga sirena, vamos a la mar: navegamos.

lunes, 18 de julio de 2011

El Odre de los Vientos.


Transcurrida una semana en esta isla imaginada llegan noticias tuyas en el helicóptero que me trae la botella con tu respuesta: en blanco, como siempre, y nuevas velas para mi barco.
Una vez instaladas espero que suba la marea para levantar el ancla, desencallar la nave y adentrarme en la mar en busca de nuevos e inciertos destinos.
El aire comienza a moverse lentamente en la atmósfera originando vientos amables. El anemómetro gira con regularidad y nudos suficientes para sacarme de este letargo en la navegación y en mi vida.
Dejaré a la rosa de los vientos que elija cualquiera de los rumbos de la veleta, como ruleta de una vida en continuo juego apostando siempre por la opción más desfavorable.
No sé si continuar navegando con las poéticas y misteriosas cartas griegas o dejar por fín paso al pragmatismo romano. Desearía disponer, como Ulises, del Odre de los Vientos para escapar de las calmas, que en ocasiones se instalan sobre mi barco paralizando mis sentimientos, dejando fluir al viento con el cuidado advertido por Eolo y continuar navegando tranquilamente evitando violentas tempestades que me arrojen a un nuevo naufragio.
De tanto bregar con los peores vientos: la galerna invernal del Cantábrico; la tramontana catalana con fuerza diez y aire muy seco; el levante del Estrecho con rachas de sesenta nudos y poca visibilidad; el siroco africano y el vendaval o poniente del atlántico, cuando me desplazo de Galicia al Golfo de Cádiz, me siento cansado y sin fuerzas para continuar plantando batalla a las olas y al presente inmediato.
He decidido recalar en un tranquilo puerto del Mediterráneo que me dé cobijo, descanso y protección. Navegar sólo en los días soleados, dejándome llevar por la suave brisa que infla velas y refresca mis pulmones
Tal vez encuentre acomodo en un pequeño pueblo de pescadores y compartir con ellos el pescado, el vino y las viejas historias vividas e imaginadas en singladuras alrededor de nuestras salinas y baqueteadas vidas.
Voy de nuevo a tu encuentro, gracias por las velas: tan blancas como tus palabras.

lunes, 11 de julio de 2011

La mujer que viene del mar.


Nuestra amiga Adriana, haciendo honor a su nombre, viene de los mares del sur de Forida para contarnos sus navegaciones personales de Colombia a Estados Unidos de América e introducirnos en el mundo de los yates.
Esperamos coincidir con ella en algún puerto para continuar hablando del mar y de la vida.
Bienvenida.


viernes, 8 de julio de 2011

La isla imaginada.


Escribo tranquilamente este mensaje a ti destinado, conociéndote o sin conocerte y desconociendo la playa o el puerto de destino.
Bebo, saboreo los últimos tragos de este vino fresco de Ribadavia contenido en la botella que servirá de sobre, con corcho cerrado, de mi escrito viajero.
Habito esta isla imaginada de cualquier mar perdido en mis navegaciones y divagaciones fantasmas. Llegué arrastrado por una corriente, nada corriente, encallando suavemente en la arena de esta playa palmerada.
Mi nave, intacta, carece de combustible y tiene las velas destrozadas por vientos salvajes de tempestades internas. No puedo ni debo abandonar la isla, que me sustenta y me acoge amablemente, a la espera de quien venga a rescatarme de la soledad aceptada. Agoto las últimas viandas de mi despensa y confío en mis dotes de pescador recolector de frutos marinos y de tierra agradecida.
Creo que estoy sólo, ¿y cuándo no lo estuve?, en estas reducidas hectáreas de isla misteriosa. Algunas aves, insectos y tal vez algún pequeño mamífero, que todavía no he visto, me acompañan. Rodeados todos por un mar azul en calma de aguas transparentes, como esta botella de Bocarribeira que apuro con gozo, bajo un techo azul oscuro estrellado en noches tranquilas.
Enrollaré esta cuartilla manuscrita para introducirla por la boca de la botella apurada y arrojarla con fuerza al mar mensajero confiando en el destino y la eficacia del servicio postal de Neptuno.
Quizá alguna de las sirenas, que en sueños me acompañan, lea mis palabras y mis intenciones y decida trasladar la botella a los pies de una inquieta lectora que pasea descalza, cualquier tarde de verano, por la orilla del mar en una playa real del mediterráneo de su vida. Tropezará con ella y, superado el primer impulso de asombro y contrariedad, decidirá recogerla del mar para depositarla, educadamente, en el contenedor verde de vidrio tan usado como mi vida.
En el último momento observará la carta que contiene y decidirá solicitar la ayuda de un gentil camarero de chiringuito para que amablemente descorche el sobre de vidrio.
Leerás lo hasta ahora escrito y lo que ahora te cuento: gracias por rescatar del mar que habitas mi voz embotellada; gracias por estar siempre en el lugar y en el momento oportuno para acompañar a mi imaginación que anda siempre buscándote y perdiéndote, cuando te encuentro.
No te pido que vengas a buscarme y encontrarme, ni que contestes y acuses recibo devolviendo al mar la botella con tu respuesta. Continúa paseando, leyendo e imaginando todo el mar de oportunidades que pisas en el ocaso de esta tarde de verano, mientras esbozas una cómplice sonrisa.

viernes, 1 de julio de 2011

Monotonía.


Los años pasan: uno tras de otro, acumulándose en la mochila que cargamos a la espalda, repleta de experiencias y amistades, anclándonos un poco más a la tierra manchega, al mar de dudas y al aire gallego de la vida.
Con los años vividos y las historias que nos tocaron representar, incluso sin ser elegidas, escribimos el relato de nuestro camino a través de las dificultades y las oportunidades que conseguimos superar, gozar y a veces desperdiciar.
Somos monótonos y recurrentes. Nuestro discurso nace y se oculta, constantemente, contando la misma historia: nuestra historia, que es una historia tan vulgar y poco original como el canto del autillo en una noche de verano. Mas nuestra naturaleza desmañada nos impide abandonar este círculo nada vicioso del narrar la realidad ficcionada.
Los años pasan y vuelven a pasar, de nuevo, esperando detenerse en algún momento indefinido, como ruleta del casino de la vida: en rojo sangre o negro fúnebre, en la casilla numerada de nuestro final definitivo.
Habrá concluido la partida y nuestro relato pero continuaremos girando, lenta y monótonamente, en la memoria del tiempo que alberga a los espíritus de mochila despojados.