Aprendimos a comprender el tiempo mediante la observación de los ciclos del Sol y de la Tierra.
Aprendimos a medirlo con relojes que evolucionaron con el paso del tiempo.
Aprendimos la existencia de un tiempo presente, de ahora; pudimos retroceder hacia atrás en busca del tiempo pasado; y anticiparnos al tiempo que viene en el futuro, ahora después.
Aprendimos el significado del tiempo muerto, y lo enterramos.
Aprendimos que cualquier tiempo pasado fue mejor, siempre, o casi nunca.
Aprendimos que el tiempo es oro y por eso lo guardamos en cajas fuertes.
Aprendimos a matar el tiempo, de cualquier manera, incluso asesinándolo.
Aprendimos que existe un tiempo para cada cosa y que cada cosa a su tiempo.
Aprendimos que el tiempo nos envejece por fuera y a veces también por dentro.
Aprendimos que el tiempo todo lo cura y que todo se olvida con el paso del tiempo.
Aprendimos cómo evolucionan los acontecimientos de un tiempo a esta parte.
Aprendimos que existe un tiempo de silencio, de calma.
Aprendimos que el tiempo se nos escapa por las rendijas del alma.
Aprendimos que no hay tiempo que perder ni que perder el tiempo.
Y, sí hemos aprendido tanto del tiempo, ¿por qué no hemos aprendido a transcender de él instalándonos en la intemporalidad?