lunes, 17 de octubre de 2011

El escolta.

Respiro la salada brisa marina, impregnada con el dulce perfume de tu cuerpo, y siento, siguiendo tus rítmicos pasos en esta tranquila playa de Zarautz, que pronto acabará todo y dejaré de estar cerca de ti, protegiendo tu vida.
Continuarás el arriesgado trabajo político en el ayuntamiento, soportando los insultos y desplantes de quienes piensan que por el simple hecho de no haber nacido en el país careces del derecho a representar a sus gentes. Mis amigos tampoco entienden que con rancios apellidos y Rh negativo esté al servicio de una maketa arrogante. Nunca les he hablado de mis sentimientos aunque intuyen que soy un romántico kamikaze.
Eres valiente, lo demostraste el día que encontré la bomba lapa adherida a los bajos de tu coche y, con la sangre fría y el humor que te caracterizan, me preguntabas si era una lata de bonito del norte. O cuando te enfrentaste con gallardía a los jóvenes intransigentes, en las pasadas fiestas patronales, y tuvimos que pedir ayuda a la Guardia Civil.
Sé que llegarás lejos en tu partido y tal vez, cuando seas ministra, reclames mis servicios que ahora, con ETA a punto de claudicar, van a ser innecesarios.
Ya he recibido ofertas de trabajo en África muy bien remuneradas protegiendo a armadores vascos, pero quiero estar a tu lado hasta el último día disfrutando de estos momentos de calma junto al mar, siguiendo tus pasos a corta distancia y brindar con txacoli de Getaria todas las mañanas de domingo en Gogeaskoa.
Tal vez en ese anhelado día, cuando anuncien el abandono definitivo de las armas y el fin de esta absurda violencia, deje desprotegida tu espalda y, situándome frente a ti, mirándote a los ojos, te cuente lo que realmente siente mi corazón ahora oculto detrás de mi arma de fuego.