Por Gloria de la Sierra
Mientras no nos veamos.
Mientras no nos veamos.
Era una tarde de primeros de noviembre. La tarde del día
dos. Una tarde como cualquier otra. Ya el otoño había aparecido, pero seguía
haciendo calor. Ese calor tan dulce que calienta pero no abrasa, ni agobia, ni
te hace transpirar.
Marta, estaba sentada frente a su ordenador, trabajando,
pasando las notas de cada denuncia en su archivo correspondiente. No había
mucho trabajo esa tarde en la segunda planta de la comisaría de Vallecas, tan
solo dos bebés de pocos días junto a sus madres, víctimas de violencia de
género, y dos jóvenes adolescentes detenidos por tráfico de drogas.
Como policía desde hacía ya varios años, Marta había
aprendido a hacer las cosas rápidas en el trabajo, justo al comenzar su turno, para que luego no se le acumulase todo el
trabajo a última hora.
Pero esa tarde estaba aburrida porque no había casi nada que
hacer, y por eso, después de pasar todo al ordenador, se quedó allí sentada y
abrió su Facebook para entretenerse un poco. Era un Facebook recién creado y
Marta todavía no tenía amigos en él.
La verdad es que esto le aburría un poco, pero no tenía nada mejor que hacer; eran las
cuatro de la tarde y le quedaban todavía seis horas por delante de apatía, por lo que decidió seguir con el Facebook a
la vez que escuchaba música en YouTube.
Comenzó a buscar amigos a los que agregar. Pero buscaba amigos nuevos. No conocidos. Sus
amigos siempre estaban a su lado y no le hacía falta un Facebook para hablar
con ellos. Marta quería amigos nuevos.
Mientras hacía todo esto, a la derecha de la pantalla del
ordenador, en su página, iban apareciendo fotografías de personas desconocidas,
preparadas para que Marta en cualquier momento, si le apetecía, apretase una
tecla y solicitase a una de ellas como amigo.
La verdad, se podría decir que no le interesaba mucho eso de
las redes sociales. Se abrió un Facebook
en una de esas otras tardes en las que se aburría en la comisaría. Sus
compañeros la animaron y dejó que se lo
crearan, pero en realidad no tenía muchas ganas ni de Facebook, ni de cuentas de correo, ni de nada de todo
eso que tan de moda estaba por entonces, porque para ella era más importante
todo lo que estaba pasando en su vida.
Y es que se podría decir que la vida de Marta era un auténtico caos por entonces.
Marta siempre era la que tenía que poner buena cara delante
de todos, en su trabajo, en su casa, y con su familia. Estaba muy cansada.
Agotada. Siempre lo decía, era su frase más repetida:
- No puedo más. Me estoy quedando sin pilas.
Por eso, lo del Facebook no era importante. Pero aquella
tarde como estaba aburrida lo abrió y decidió entretenerse con él. Y estando en esto, de repente, entre todas
esas fotografías de gente desconocida que iban pasando a la derecha de la
página, apareció la de un hombre como otro cualquiera, una simple fotografía de
un hombre maduro, normal, pero que
atrajo la atención de Marta, y como si
sus dedos fueran un resorte impulsados por un pequeño motor, sin siquiera
pensar en lo que estaba haciendo, apretó la tecla del ordenador y le envío una
solicitud de amistad.
-¿Pero qué he hecho yo?,- se decía Marta a sí misma.
Y sin embargo, miraba la fotografía de ese hombre y no era
capaz de deshacer la solicitud. La dejó estar, cerró su página y se marchó a
charlar con sus compañeros.
La tarde pasó. Llegó
el final de su turno y Marta se marchó a casa, conduciendo en su pequeño coche,
que era como su segunda piel pues ya llevaba yendo al trabajo muchos años en
él.
Marta tenía cuarenta años y trabajaba desde los veinte en la
comisaría. Distaba 30 km de su casa, con lo cual siempre dependía del coche. Llevaba
conduciendo desde los dieciocho. Le encantaba conducir, a toda velocidad, lo cual ya le había costado más de un
disgusto en forma de sanción por parte de la guardia civil de tráfico. Pero le daba igual. En su coche, Marta era
ella misma, con su música, sus pensamientos, y sin nadie que la molestase, era
el único momento del día que tenía para ella sola y le gustaba. Así que cogió
el volante y se marchó a casa. Una vez allí se metió en la vorágine de los
niños y sus tareas escolares, su marido, su casa, las tareas de una madre y
esposa, y se olvidó por completo del
Facebook y de ese desconocido al que había solicitado como amigo.
Tenía tres días libres por delante, en el trabajo, con lo
cual no volvió a abrir el Facebook hasta que no pasaron esos tres días y
regresó a la comisaria a las ocho de la mañana para comenzar una nueva ronda de
turnos.
Y solo lo abrió cuando acabó con todo su trabajo y ya nada
más le quedaba por hacer. Y entonces lo vio.
Ese hombre la había aceptado.
-¿Y ahora qué hago yo? -, se preguntó.
Porque a Marta le pareció una verdadera falta de educación
el eliminarlo, pero a la vez pensó que “qué
pintaba allí ese desconocido” en su Facebook como amigo suyo.
Pero mientras pensaba todo eso, sus manos ya habían tocado
todas las teclas necesarias para abrir la página de ese hombre, entrar en su
muro y ver quien era. Descubrió que era un señor mayor que ella, se llamaba
Alberto y era médico. Trabajaba en un hospital de la costa Alicantina. Estaba
divorciado. También descubrió que tenían
aficiones comunes: la lectura, la poesía
y la fotografía. A los dos les gustaba
escribir poesías o cuentos.
De hecho, él le había puesto a Marta un "Me gusta" en uno de los cuentos
que tenía publicados en su muro.
Se quedó sorprendía y por qué negarlo... le gustó. Y quiso conocerlo y saber más de él. A ella
también le gustaban las poesías y las fotos de Alberto
Y Marta que nunca había sido nada atrevida, se armó de valor,
porque al fin y al cabo, no se
comprometía a nada, y le envió un
mensaje:
-Gracias por aceptarme y me alegro que te guste mi cuento. A
mi Tb me gusta lo que escribes tú y tus fotos son preciosas.
Y esperó delante del ordenador, pero no llegaba respuesta.
Mientras tanto se entretuvo mirando algunas cosas más de la vida de este nuevo
amigo, sus fotografías, los amigos que tenía y su muro. No llegó respuesta y
Marta cerró su Facebook y retomó su trabajo hasta que acabó su turno. Pero esta
vez, al llegar a casa y mientras preparaba la merienda de sus hijos para ir a
recogerlos al colegio, no paraba de darle vueltas en su cabeza a este hombre.
-¿Quién sería? ¿De dónde habría salido? ¿Por qué la habría aceptado? , y sobre
todo se preguntaba: ¿Me contestará algo?...
Pasó toda la tarde con sus hijos,
en el parque, luego en casa ayudándoles en las tareas del colegio, más tarde
preparando la cena, cenando, acostando a los niños...y todas las cosas que por
rutina hacía diariamente. Y esa noche, una vez que los niños se durmieron,
Marta, en lugar de coger su libro y ponerse a leer como hacia habitualmente
antes de irse a la cama, tomó en sus manos el ordenador y volvió a abrir el
Facebook. -¡Dios mío! , ¡Hay un mensaje!, ¿será de él?
-Hola, me llamo Alberto,
un gusto el conocerte. Gracias a ti por solicitarme como amigo. Y sí, me gusta
mucho tu cuento. A Marta se le cortó la respiración y su corazón bombeaba más
rápido de lo normal. ¡¡Le había contestado!! ¡¡Era Súper emocionante!! - ¿y
ahora que le digo yo a éste? Porque Marta tenía claro que quería seguir
chateando con él.
Y ahí fue, en ese momento, dónde todo comenzó.
Amando lo desconocido.
Comenzaron a comunicarse con mensajes. Mensajes que iban y venían a través del espacio y del tiempo. Marta desde Madrid. Alberto desde la costa de Alicante.
Y ahí fue, en ese momento, dónde todo comenzó.
Amando lo desconocido.
Comenzaron a comunicarse con mensajes. Mensajes que iban y venían a través del espacio y del tiempo. Marta desde Madrid. Alberto desde la costa de Alicante.
Les era fácil dejar mensajes cada uno cuando podía y después
leerlos cuando tenían tiempo. Y, a veces,
hasta coincidían y chateaban
directamente, sobre todo durante la
noche. Una hora. Justo antes de las doce, hora a la que ambos, cada uno en su
mundo, se iban a dormir.
Hablaban de poesía, de cuentos, de sus vidas. Marta le
contaba a Alberto el problema que tenía con su marido. Ya no estaba enamorada
de él. Y Alberto, por su parte, le
contaba a Marta lo sólo que se sentía después de su divorcio. También hablaban
de sus respectivos trabajos, de los hijos y de todo un poco en general.
Cada uno en su ciudad, cada uno en su casa, cada uno en su cama y cada uno con su
móvil... para ellos, esa hora de chat por la noche era muy agradable e incluso
llegó un momento en la que se hizo necesaria. La ayudaba a relajarse del
ajetreo de todo un día y a la vez, ambos dormían mejor después. Se sentían
acompañados el uno por el otro y eso les gustaba.
Y así fueron pasando los días y entre los dos se fue
estableciendo una bonita amistad no exenta de cariño por parte de ambos.
En una de esas noches en las que estaban chateando, hablaban
del frío que ya había llegado y Alberto le dijo:
-Aquí hace muchísimo frío, tengo los labios helados y me
apetece tomar algo calentito.
Y Marta, no pudo
evitar el pensar en esos labios acercándose lentamente a ella e imaginar que la
besaban. Y así como no pudo dejar de imaginárselo, no pudo evitar el contárselo a él;
inocentemente, pero se lo contó.
Alberto sonrió con un "Jajaja" en forma de mensaje
y terminaron la conversación. Eran las doce de la noche y " tocaba"
dormir.
Esa noche Marta no pudo dormir bien. Se sentía culpable por
haber podido imaginar semejante locura, y a la vez, un poco estúpida por
habérselo contado. Y pensaba que quizás él se haría una idea equivocada de
ella. Y por eso, a la mañana siguiente, se conectó a su móvil y le dejo escrito
un mensaje en el que le pedía disculpas por su atrevimiento de la noche
anterior.
Cuando, más
tarde, Alberto lo leyó y le pudo
contestar, le dijo:
-Tranquila. Es
Normal. ¿Acaso no crees que después del tiempo que llevamos chateando, intimando
y contándonos cosas de nuestra vida, no es normal que esto pase?
- Pues sí, la verdad,
creo que sí, -contestó Marta tímidamente.
-¿No crees que si estuviéramos juntos quizás lo sentiríamos
así y lo haríamos?
-Sí.
- Pues entonces debes verlo como algo normal entre un hombre
y una mujer… no pasa nada.
Y a Marta le latía
muy fuerte el corazón, y sentía que este hombre se iba adueñando de sus
sentimientos, y no sabía lo que hacer.
Por un lado, quería
cortar antes de llegar a más, pero por otro, Alberto le gustaba como persona,
la hacía sentirse bien, le hacía reír...
y no quería dejarlo.
Se dejó llevar y continuaron con su extraña relación.
Así fue como poco a poco se fueron conociendo cada vez más.
Marta le contaba a Alberto sus sueños, aficiones, su día a día, en su trabajo, en su casa, con
los niños, con su marido...
Alberto por su parte le hablaba a Marta de su trabajo, de lo
que hacía en su tiempo libre, de sus amigos. También le contó que recientemente
había salido de una mala experiencia amorosa con una chica a la que había amado
mucho y que todavía no había conseguido olvidar.
Poco a poco fueron cada día haciéndose más amigos y poco a
poco la simple amistad se transformó en cariño.
A veces, cuando chateaban, parecían una pareja de novios, de
enamorados, separados por una simple pantalla de ordenador o de un móvil, pero nada más. Parecían una pareja la que el
destino había unido y había llamado para que un día llegaran a encontrarse.
Y así fue como poco a poco, paso a paso, muy lentamente y
sin que ella se diese cuenta... Marta se enamoró de Alberto
Alberto era su vida. La vida de Alberto era su vida. Tanto, que
ya no soportaba estar ni tan siquiera un día sin chatear con él. Alberto por su
parte no estaba así. Le había cogido muchísimo cariño a Marta pero sus
prioridades eran otras. Él tenía su forma de vida y unos horarios que cumplía a
rajatabla sin importar dejar a medias una conversación por el simple hecho de
que había que irse a dormir.
Eso a Marta le fastidiaba, pero no le quedaba otra que
aguantar. No pretendía cambiar las costumbres de él, con lo cual ella cortaba
también la conversación y los dos se dormían
Una noche, Marta estaba de guardia en comisaría, apenas
hacía guardias pero esa noche le tocaba. Eran las cuatro de la mañana. Todo
estaba en silencio. Tan solo se escuchaba el ruido de los motores del aire del
calefactor de la comisaría....un ruido cadente que nunca cesaba pero que no era
molesto. Todo lo demás estaba en
silencio y con las luces apagadas. Sólo
se veían los pilotos de las lamparillas de seguridad y la luz de la pantalla
del ordenador de Marta que aunque pareciese extraño, por ser las cuatro de la
madrugada, estaba chateando con Alberto
pues éste se había desvelado.
Alberto le estaba describiendo a Marta un lugar
precioso, un paraíso en una playa que conocía
y a la que iba mucho. Le describía el mar, las olas, la arena, la paz que emanaba de ese lugar y
lo importante y bonito que era para él.
- Es un lugar maravilloso. Siempre sueño con llevar allí a
la mujer que alguna vez consiga llegar a amar.
Me gustaría que fuese alguien tan especial como tú.
Marta nunca supo si fue el entorno cálido de la comisaría a
esa hora de la madrugada, con su silencio, con esa tenue luz que la envolvía.
Nunca supo si fue la forma en que Alberto lo expresó, pero algo muy dentro de
ella se estremeció. Le removió todos los cimientos de su alma. Se le escaparon
lágrimas de sus ojos color miel. No sabía si eran lágrimas de emoción al sentir
lo que Alberto le decía, o lágrimas de rabia y desilusión al saber que nunca
podría ser ella la que lo acompañase a ese mar.
Pero de una forma u otra, en ese momento, quiso ser ella la
que estuviese allí con él.
- Alberto, quisiera
pedirte un favor... (las manos de Marta temblaban al escribir):
-Dime, ¿cuál es?
-Quiero que me lleves a ese mar. Virtualmente quiero estar
allí contigo. Ahora. Y quiero que me hagas el amor en la orilla. Quiero ser yo
la primera en estar allí, junto a ti. Quiero ser la primera es ser tuya en ese
mar... antes de que encuentres a la chica de la que te enamores.
Y Alberto le hizo el amor a través de sus palabras. Con
muchísima dulzura. Muy suavemente. Empezó besándola... Alberto escribía y
describía un acto de amor y Marta leía e imaginaba ese acto. Y lo sentía. Lo
sentía como si ella, en verdad, estuviese allí, tumbada en la arena, unida a
Alberto. Y entre los dos, a través de
letras escritas en la pantalla del ordenador, hicieron el amor.
Fue su primera vez. Después, a lo largo de los meses
siguientes hubo otras veces, pero ninguna superó a la de aquella primera vez, quizás
por ser la primera, por ser un acto inocente que fue surgiendo poco a poco, sin
pensar, tan difícil de realizar, a través de un ordenador, de unas letras,
quizás por el entorno, porque tanto ella
como él se compenetraron hasta tal punto que lo hicieron a la vez, poco a
poco... uno escribía, el otro leía... y respondía.
Para Marta fue el acto de amor más bonito que jamás nunca
había recibido. Para ella fue el acto de amor más bello que Alberto le regaló
desde que se habían conocido. Para Marta fue un acto de amor que jamás
olvidaría.
Alberto, el mar y ese acto de amor… permanecerían para
siempre en su recuerdo, durante toda su vida.
Nadie tiene las respuestas.
Mientras tanto, la vida transcurría para los dos por
separado. Él en su mundo, con su trabajo, sus aficiones y Ella con su familia,
sus problemas, su trabajo y sus cuentos. Y, paralelamente, sus vidas se unían cada noche en el
ordenador. Ya formaban parte el uno del
otro. Cada cual con sus problemas. Se lo contaban todo a diario. Hacían el amor con letras pero con
sentimientos. Algo que parecerá extraño, pero ellos lo sentían, y para ellos,
hacer el amor así, los unía.
Hacían el amor entre poemas y cuentos, en sus dormitorios, en el mar... Se sentían
acompañados cuando estaban juntos.
Alberto se encontraba muy solo desde su divorcio y, aparte
de eso, estaba muy dolido. Después de su divorcio, había estado casi dos años
enamorado de una mujer. La había amado mucho pero no consiguió que ella se
quedase a su lado y por esto había quedado muy "marcado". Se lo contó una vez a Marta y ella supo
comprender su dolor, aunque Alberto
parece ser que ya lo estaba superando.
Y así fue transcurriendo el tiempo, contándose todo, como amigos, y no se dieron
cuenta ninguno de los dos, de que llegó un día en el que, si no podían
conectarse y hablar, ese día, "les
faltaba algo".
Y llegó un día en el que ya no podían estar el uno sin el
otro, se dieron cuenta de que se habían enamorado.
Quizás alguien pueda llegar a pensar que esto es una locura.
Incluso ellos mismos lo pensaban a veces.
Pero solo aquel que haya pasado por un caso igual, podrá comprender lo
fácil que es enamorarse de alguien a través de las palabras y de las letras
escritas en un ordenador.
Se expresan sentimientos que frente a frente no cuentas a
nadie. Te entregas a esa persona tal y
como eres. Y eso crea intimidad,
confidencias, complicidad y
compenetración.
Por todo esto fue por lo que Alberto y Marta se enamoraron.
Su relación fue avanzando poco a poco hasta tal punto que
estaban planeando conocerse en persona.
Los dos estaban muy ilusionados y a la vez tenían miedo de
verse y no gustarse. De haberse equivocado.
Por eso, a pesar de planearlo,
no se decidían a dar el paso pues quizás al verse su bonita relación dejaría
de serlo y desaparecería la magia.
Nadie tiene las respuestas.
Los meses pasaban y con ellos iban Alberto y Marta unidos
por el chat.
Amor, sexo, confidencias, secretos, sentimientos…
Marta estaba muy enamorada. Era muy romántica, mujer, más
sensible…
Alberto lo estaba menos. Era más frío, había pasado por dos
relaciones y no quería volverse a equivocar.
A Marta, a veces, esto le dolía pero nada podía hacer. Los sentimientos no se pueden obligar. Pero a
pesar de esto Marta era feliz y estaba deseando que llegase ese día en el que
los dos se conocerían.
Ya llevaban casi un año chateando. Por aquel entonces, a
Alberto le dieron un mes de vacaciones en su trabajo y se marchó a visitar a su
familia que vivía en el norte de España. Hacía tiempo que no los veía y pasaría
todo el mes con ellos.
Marta sabía que iba a ser un mes duro porque Alberto, al
estar con su familia, tendría menos tiempo para ella, pero como tampoco nada
podía hacer para evitarlo, se tuvo que resignar.
Alberto se fue al norte sin haber llegado a conocer a Marta
en persona pero le prometió que a su vuelta se pasaría por Madrid y se
conocerían.
Fue pasando el mes y con los días el corazón de Marta
palpitaba a la velocidad del viento. ¡Era real! ¡Lo iba a conocer! ¡Iban a estar juntos! ¡Podría tocarlo,
sentirlo! ¡No podía ser más feliz!
Sin embargo, en ese mes, aunque Marta ya lo sabía de
antemano, notó que Alberto se conectaba muy poco. Al principio algo más, pero
conforme pasaban los días la conexión iba a menos. Ella se lo recriminaba pero él le decía que
no pasaba nada, tan sólo que tenía mucha familia por allí y amigos de la
infancia y todo esto le quitaba mucho tiempo. Marta se lo creía porque Alberto
nunca le mentía, pero en su interior sabía que algo no iba bien. Conocía a
Alberto y esa no era su actitud.
Hasta que un día, Marta, aburrida, miraba los perfiles de
los amigos de Alberto y en una de ellas vio una fotografía y entonces lo supo.
Era una fotografía de Alberto abrazado a una chica de su edad. Estaba fechada
tres días antes y debajo de esa foto tan sólo había un comentario de este amigo:
-Enhorabuena Alberto. Ya veo que has vuelto con Eva. Me alegro por los dos. Os lo merecéis. Estáis
hechos el uno para el otro.
Para Marta fue como si el barco en el que navegaba, de
repente, se hundiera. Lo comprendió todo. Alberto había vuelto con esa chica
que tanto le había hecho sufrir y a la que tanto le había costado olvidar.
Le escribió
pidiéndole una explicación con la esperanza de que Alberto le dijese que
era un error. Pero no fue así.
-Me he dado cuenta de que lo nuestro no tiene futuro Marta,
y de que sigo enamorado de Eva. Lo siento mucho Marta pero no puedo hacer nada
para evitarte este sufrimiento. Tan solo me queda darte las gracias por todo lo
que me has dado en este año y desearte lo mejor. Cuídate. No te olvidaré.
Y así, sin más, todo acabó.
Y en ese mismo instante la vida de Marta se bloqueó.
El mundo dejó de existir y tan solo sus hijos la mantenían
en pie.
Un año juntos. Cuentos, poesías, fotografías, música, amor,
risas, llantos, penas, vidas, historias,
anécdotas… todo acabó en un momento.
Marta no comía, apenas dormía, no podía dejar de pensar en él.
Lo buscaba en el ordenador, en sus poesías, en sus
fotografías... pero solo una fotografía aparecía en su mente: Alberto y esa
chica, Eva, abrazados.
Marta no paraba de llorar. Sólo se relajaba tocando la
guitarra y escribiendo su dolor. Plasmó su dolor en letras. Sintió que debía
hacerlo. Que eso la ayudaría.
Y escribió un cuento:
Había una vez dos mundos, muy distintos y lejanos.
Lejanos en la distancia y también lejanos en el tiempo.
El mundo de ella, el mundo de él.
Dos mundos imposibles de unir. Dos mundos imposibles de
cruzarse.
Dos mundos tan diferentes,
tan distintos... en el que sólo la soledad los asemejaba.
Un buen día, quizás el azar, quizás la casualidad o quizás el
destino, ¿quién sabe qué fue? Pero un buen día, esos dos mundos tan distintos
confluyeron entre sí.
El y ella se conocieron. Y entre los dos crearon un mundo
paralelo. Un maravilloso mundo paralelo.
En él conocieron que había algo más que los asemejaba, no
sólo la soledad. Les gustaba la poesía, la lectura, los cuentos y la
fotografía.
En este mundo descubrieron que no eran tan diferentes. Que a pesar del espacio y del tiempo que los
separaba, ambos tenían muchas cosas en común.
Y ese mundo paralelo se fue haciendo grande, cada vez más
grande y cada vez más bonito.
Ella encontró de pronto que ese vacío en su vida se había
llenado. Le volvió la sonrisa a la cara. Era feliz. Se identificaba con él. Se
sentía unida a él. Ella era "su princesa". Le contaba su vida, sus miedos,
sus alegrías, sus problemas... todo se lo contaba a él. Con sinceridad. Sin una mentira.
Ponía toda su vida, y también su alma, en él.
Él encontró en ella una especie de refugio, quizás un
entretenimiento en su soledad, también alegría y a veces, simplemente, una
compañía.
El tiempo fue pasando.
Las palabras cada vez se hacían más grandes, a veces, gigantes.
El mundo paralelo crecía más y más. Llegaron incluso a
pensar en salir de ese mundo paralelo y confluir en el mundo real... unir por
una sola vez esos dos mundos tan distintos en los que vivían.
Fue un tiempo de amor, felicidad, alegría,
pasión y sueños.
Pero al final los sueños se acaban y despertamos a la vida
real.
Él, que siempre me había prometido existir para ella en ese
mundo paralelo.
Él, que siempre le prometía que sería "su
princesa"...
Para ella fue un golpe muy fuerte y se hundió. ¡Pasaron tanto juntos! ¡Cómo le hubiera
gustado poder verlo, tocarlo, estar con él!
Pero él prefirió tirarlo todo. Dejarlo todo. Dijo que era lo
mejor. ¿Lo mejor para quién?, para ella no.
Para ella una parte de su ser se ha quedado con él de por
vida
¿Por qué?
Continuamente se pregunta el por qué.
Miles y miles de preguntas que parece que no tendrán
respuesta.
Miles y miles de por qué sin contestar.
Ella "la princesa" se siente fracasada. Ya no es
nadie. Nunca ya nada volverá a ser igual. Y siempre se preguntará por qué,
aunque nunca nadie le dé una respuesta.