Las nieblas del pasado se hicieron presente aquella noche. Recuerdos de tiempos vividos en un mundo paralelo que dejaron huella. Sentimientos de culpa, arrepentimiento, pesar y un halo de nostalgia por aquellos seres que habitaron su mundo hace diez años. Yo estaba allí, a su lado, escuchando su relato, incrédulo a ratos y asombrado en otros. Ella había mentido a todos, jugado, engañado, pedido perdón y terminado con esa ficción. Ahora era yo, según ella, quién debía hacer de juez por todo lo que hizo entonces y me ocultó tantos años. Con argumentos que no vienen a cuento, la declaré inocente, por su arrepentimiento y porque nunca estuvo obligada a darme cuenta de aquel cielo y de aquel infierno pasados. Nadie está libre de pecado, si por pecado se entiende vivir la vida de otra manera.