lunes, 5 de diciembre de 2011

Asombroso.


Aguardo a mi dueño en la puerta de la casa de su amante. Su discreción me impide, en misteriosas citas, ser testigo de sus actos. Comprendo que no quiera compartir conmigo ciertos asuntos de índole sentimental pues a mí me ocurre lo mismo. Algunas noches, cuando duerme, aprovecho para abandonarle y reunirme con Luna, la sombra de Alicia, la vecina de al lado. Escapamos por las rendijas de los bajos de las puertas y bajamos a la calle en ascensor. Paseamos cogidos de la mano, libres de los hilos que manejan nuestros dueños. Recorremos las calles vacías y nos abrazamos sentados en los bancos de los jardines municipales. En las noches de botellón bailamos y bebemos alegremente con los jóvenes del barrio que piensan que somos fruto de su etílica imaginación. A punto de amanecer regresamos corriendo a casa dispuestos a acompañar a nuestros amos en su dulce despertar, bien es cierto que esos días nos cuesta más esfuerzo seguirles a corta distancia.
Espero que hoy no tarde más de lo acostumbrado, o que alguna sombra perdida o sin dueña acompañe cariñosamente mi espera.