Es un camino largo y no siempre
es fácil recorrerlo. A veces tienes más fuerzas y otras veces te sientes débil
y no sabes si podrás alcanzar tu destino.
Durante el trayecto vas en
silencio, pensando y sintiendo. Sientes una inmensa alegría pero también miedo,
culpa por lo que vas dejando atrás, nervios… pero lo que más sientes es la
emoción por llegar.
Y de repente, te encuentras ahí,
en la cima. Has logrado subir, miras al mar y todo lo demás se desvanece. Ya
estás donde querías estar.
Te quedas mirando su color azul y
el verde de la hierba que hay en la cima. Disfrutas sintiendo, mirando a los
ojos al mar, respirando aire puro, y sientes que el recorrido ha merecido la
pena.
Te quedas ahí un tiempo hasta que
llega la hora de bajar y recorrer el camino a la inversa.
Ha merecido la pena, el recuerdo
del mar sigue en tu mente durante el camino de vuelta. Estás triste por dejar ese
mar, pero alegre porque su mirada y su recuerdo van siempre contigo.
¿Y el mar? ¿Sentirá lo mismo que
tú? El mar es tan inmenso y con tanta vida que nunca se sabe con certeza si
para él es tan importante que tú hayas subido a la cima a verlo y si a él le
quedará la sensación de vacío que te queda a ti al bajar.
LR
El mar, que es la mar, también
siente y se expresa con grandes olas de emoción. Y cuando te ve marchar se
calma y deja a las sirenas de la noche que ocupen tu lugar, cantando y
bailando, para así no olvidarte jamás.