Nuestros antepasados vivieron en
ellas y desde entonces son ellas las que habitan dentro de nosotros. Todos
albergamos en nuestro interior una cueva. Más o menos ordenada, más o menos
limpia, más o menos profunda. Cueva que conserva, en las mejores condiciones de
oscuridad, temperatura, humedad y silencio: reflexiones, secretos, deseos,
vivencias, misterios, sentimientos y otros asuntos que todavía no han salido a
la luz y que posiblemente jamás lo hagan.