Era la noche un lugar de paso
entre un día y otro, refugio de insomnes y de amantes vestidos de incógnito. De
pronto se oyó un grito que rasgó el silencio, después ¡socorro! y a
continuación voces. Un portazo, patinar de ruedas y la huida del coche. Se
levantan persianas, ventanas que se abren, más voces pidiendo ayuda. Un hombre
tendido en la acera y un charco de sangre. Luces azules se acercan, sirenas que
ululan, llegaron demasiado tarde. Testigo la torre de la iglesia, pecado
mortal, inconfesable.