Envuelta en un halo de misterio,
la superluna de abril jugaba a ser sol e iluminaba con toda su potencia el
final de la noche. Ya habíamos perdido la cuenta de los días de aislamiento y
cuarentena. Sólo los astros iban y venían a su antojo, fieles siempre a su cita
con el tiempo, marcando el ritmo de la vida.