sábado, 5 de noviembre de 2011

Mi desesperada estatua.

Te esculpí hierática, solemne y enigmática.
Otras envidiaban tu encanto.
Atraías a esbeltas tallas varoniles procesionando en semana santa.
Nació el amor apasionado con Judas, en la distancia.
Palomas mensajeras susurraban al oído bellas palabras dedicadas.
Pasado un tiempo tu rostro fue infectado por el virus de la tristeza, una noche de traición y desencanto.
Desde entonces vives petrificada en el amargo recuerdo de su ausencia.
En días de lluvia tus lágrimas se confunden con las gotas que intentan lavar tu memoria.
Sale el sol radiante mientras tu cara continúa triste y melancólica, en primavera, en verano.
Tan sólo la nieve de invierno dulcifica tu tragedia.
Recobrarás tu pose clásica, que tornará a feliz sonrisa, sólo con otra estatua que fije en ti su mirada.