Mientras contempla la vida que fluye a su alrededor, gente
en el agua aplacando el calor, otros que prefieren vencerlo durmiendo o leyendo
un libro a la sombra de un árbol, ella recuerda aquella tarde de verano que les
perteneció. Una preciosa tarde, tranquila, en donde sólo estaban los dos.
Mire hacia donde mire ahí está él. Cada lugar, cada rincón,
cada estancia le recuerdan su presencia. Y parece que lo ve. Sus gestos, su
risa, sus movimientos, todo lo que él hizo se quedó allí anclado para siempre,
impregnándolo todo.
Y cuando cierra los ojos vuelven a ella los recuerdos y se
agolpan en su mente, también en su corazón y piensa en él. Piensa mucho en él e
imagina otra tarde así. Otra tarde igual, en el mar, al ponerse el sol, abrazados
mirando el horizonte, dejando que las olas mojen sus pies, mirándose a los ojos
y dejándose llevar y sentir, un sentimiento prohibido que, sin embargo, nadie
puede prohibir.
A sus ojos llega una lágrima. ¿Por qué es todo tan difícil?,
se pregunta, y enseguida escucha la respuesta que él le daría: no pienses
tanto, vive sólo el "ahora”, mañana ya llegará.
Cuando llegue mañana, a ella le gustaría estar de nuevo en
aquella tarde de verano, en aquel lugar o en el mar, da igual. Pero estar con
él, con su amigo, el amigo de las gaviotas, y volver a ver sus gestos, su risa,
sus movimientos... y mirar sus ojos para ver su cuerpo reflejado en el de él.
LR