En esta guerra extraña y
silenciosa el personal sanitario, con miedo, dedicación y escasos medios,
combatía en primera línea. Por detrás, un pequeño ejército de trabajadores
suministraba alimentos y prestaba servicios básicos y esenciales. En la
retaguardia, policías y soldados cubrían las espaldas. Las bajas se contaban
por miles y refugiadas en las casas las gentes, disciplinadas, intentaban
aislar al enemigo, mantener la calma, dar ánimos y no perder la esperanza.