lunes, 11 de abril de 2011

Nuestro efímero doble arco iris.


Tan sólo después de una tranquila lluvia o una impetuosa tormenta es posible admirar el arco iris en el horizonte.
Es necesario haber llorado débil o intensamente para sentir y gozar con claridad la luz multicolor que ilumina de nuevo nuestro destino.
Con el sol a nuestras espaldas surge, mágicamente, este fenómeno óptico y meteorológico coronando el cielo en los momentos en que una brisa de aire nuevo y refrescante viene a borrar temporalmente las nubes que nos impedían gozar de la alegre luz, devolviéndonos la ilusión robada en los días grises de nuestro tortuoso camino.
Los cálidos rayos solares atraviesan las diminutas lágrimas de agua de lluvia que quedaron pulverizadas, como nuestros deseos, en la atmósfera que nos envuelve, descomponiéndose en los tres colores primarios: rojo pasión, como la sangre que recorre nuestras venas impulsada por nuestros arrítmicos y tímidos corazones; azul intenso, coloreando el cielo protector, el mar que ahoga nuestra nostalgia y la limpia mirada de las almas nobles que nos miran fijamente a los ojos hipnotizando nuestros sentidos; verde esperanzado, como las hojas que cada primavera brotan de nuestras ramas para renovar el sentido de nuestros pasos en búsqueda permanente de la utopía. Y en los otros cuatro colores secundarios que, como vástagos, nacen del apareamiento de los anteriores ampliando la paleta que colorea el ambiente que nos acoge.
Incluso en los grandes momentos oníricos se nos ofrece, imponente, el arco iris doble, con colores atenuados y en posición invertida, como espejo que viene a reflejar nuestros sentimientos en tu epatada mirada.
Tu recuerdo y tu presencia, susurrantes, nos permite dibujar y contemplar, con todos sus colores y matices, el arco iris que corona majestuoso el cielo de nuestras emociones animándonos a continuar jugando en la aventura de vivir.