lunes, 18 de julio de 2011

El Odre de los Vientos.


Transcurrida una semana en esta isla imaginada llegan noticias tuyas en el helicóptero que me trae la botella con tu respuesta: en blanco, como siempre, y nuevas velas para mi barco.
Una vez instaladas espero que suba la marea para levantar el ancla, desencallar la nave y adentrarme en la mar en busca de nuevos e inciertos destinos.
El aire comienza a moverse lentamente en la atmósfera originando vientos amables. El anemómetro gira con regularidad y nudos suficientes para sacarme de este letargo en la navegación y en mi vida.
Dejaré a la rosa de los vientos que elija cualquiera de los rumbos de la veleta, como ruleta de una vida en continuo juego apostando siempre por la opción más desfavorable.
No sé si continuar navegando con las poéticas y misteriosas cartas griegas o dejar por fín paso al pragmatismo romano. Desearía disponer, como Ulises, del Odre de los Vientos para escapar de las calmas, que en ocasiones se instalan sobre mi barco paralizando mis sentimientos, dejando fluir al viento con el cuidado advertido por Eolo y continuar navegando tranquilamente evitando violentas tempestades que me arrojen a un nuevo naufragio.
De tanto bregar con los peores vientos: la galerna invernal del Cantábrico; la tramontana catalana con fuerza diez y aire muy seco; el levante del Estrecho con rachas de sesenta nudos y poca visibilidad; el siroco africano y el vendaval o poniente del atlántico, cuando me desplazo de Galicia al Golfo de Cádiz, me siento cansado y sin fuerzas para continuar plantando batalla a las olas y al presente inmediato.
He decidido recalar en un tranquilo puerto del Mediterráneo que me dé cobijo, descanso y protección. Navegar sólo en los días soleados, dejándome llevar por la suave brisa que infla velas y refresca mis pulmones
Tal vez encuentre acomodo en un pequeño pueblo de pescadores y compartir con ellos el pescado, el vino y las viejas historias vividas e imaginadas en singladuras alrededor de nuestras salinas y baqueteadas vidas.
Voy de nuevo a tu encuentro, gracias por las velas: tan blancas como tus palabras.