No sabemos qué nos mueve a alcanzar las cimas de las montañas. Tal vez se trate de un impulso inconsciente que anima nuestro espíritu libre y aventurero. Ahí arriba sentimos, envueltos en silencio, la paz de las nubes que navegan en el viento, la clara luz de un sol sincero y el azul virgen que tiñe la bóveda cielo. Abajo quedaron la bendita rutina y los humos grises que en ocasiones nublan nuestras mentes. No subimos por subir, sin más, pero descendemos con las piernas cansadas y el alma tranquila. Si queremos subir, subimos.