Sucede en algunas ocasiones que,
cuándo algo no sale cómo habíamos previsto, el resultado es todavía mejor.
Mejor que hubiera una farola, un golpe de viento y muchos ojos mirando al
cielo, para que un paracaidista, a pesar de las dificultades, cumpliera con su
misión después de un fuerte golpe. Gracias a ese imprevisto aterrizaje todos
comprobamos el riesgo que supone lanzarse a mil quinientos metros de altura e
imaginamos lo que será hacerlo en una operación militar. Mejor, porque los
aplausos y las muestras de cariño del pueblo y de las autoridades emocionaron a
todos, incluido al cabo primero. Pasado el susto vendrán las bromas, las
felicitaciones y los abrazos, porque, cuándo todo sale mejor de lo previsto, no
queda más remedio que sonreír.