Felices marionetas movidas por el viento de otoño al final de la tarde. Colgados de una lona, suspendidos en el aire, volando rodeados de aves que nos acompañan en nuestro viaje al encuentro con el ocaso. Sentimos el viento en la espalda meciéndonos suavemente en este columpio elevado. Contemplamos, ahí abajo, sólo unos metros debajo de nosotros, la ciudad de Córdoba. Sobrevolamos el Guadalquivir y giramos lentamente encima del puente romano observando a turistas que nos fotografían y saludan con simpatía y un poco de envidia. Azules claros que se mezclan con los primeros amarillos del atardecer esperando tornar a rojo fuego en el último momento. Yo, como siempre, detrás de ti, sigo tus evoluciones aéreas y te sigo a prudente distancia para no enredar nuestras cuerdas evitando el desastre. Nos comunicamos por medio de la radio de nuestros cascos y expresamos sentimientos de libertad y amor a la naturaleza, al arte, a la literatura, a la vida, a las emociones y a nosotros mismos, con recíproca correspondencia.