miércoles, 13 de abril de 2011

Nunca pidas lo que no te ofrezcan.


Después de una larga caminata, bajo el sol de verano que nos abrasa, llegamos sedientos a una alejada aldea de la sierra; paisanos que charlan animadamente a la sombra de la iglesia, rememorando aventuras del pasado, contemplan nuestro demacrado aspecto y nos ofrecen su fresca agua que tranquila reposa en el botijo. Agradecemos su amabilidad y recuperados del trance proseguimos nuestro camino con el cuerpo hidratado y el alma reconfortada.
Hay momentos en nuestras vidas que necesitamos el apoyo material y humano de las personas que nos acompañan en nuestro viaje alrededor del mundo. Si verdaderamente nos quieren, incluso sin conocernos, y hacen honor a la especie que representan, ofrecerán su mano, su tiempo, su energía y sus bienes para intentar calmar nuestra angustia.
Cuando estamos perdidos en la tristeza porque la desgracia ha llegado a nuestro lado para transmitirnos su “mala nueva”, encontramos siempre el hombro cálido del amigo o amiga que abraza nuestra sombra para transmitirnos la compasión y la luz que nace de su espíritu condescendiente.
Si en vez de mirar hacia otro lado, intentando ignorar nuestra presencia, nos acogen con alegría y amor, aliviarán nuestra desgracia y rechazarán amablemente nuestro agradecimiento porque va escrito en sus genes la palabra solidaridad.
No debemos pedir nunca lo que no nos ofrezcan cuando contemplan nuestro precario estado. Pero debemos ofrecer todo, aunque no nos pidan nada, saldaremos las deudas del pasado y las que el futuro nos traiga, seguro.
Yo me ofrezco ser tu amigo, ahora que lees y mañana, cuando me necesites.