Y, tras veintidós kilómetros caminando bajo el sol de la mañana, llega el momento, después de hidratar por dentro nuestros cuerpos con cuatro botellas de 1/3 de Estrella de Levante y contar historias de faros, fareros y sentimientos manchegos, de refrescar las piernas.
Nos metemos en el Segura para sentir en la piel el frío del agua cristalina que baja camino de la mar. Es otro camino, paralelo al nuestro, que se nos escapa, como la vida, bajo las piernas cansadas, y nos enseña que hemos sobrepasado el punto de no retorno y ya no es posible, debido al consumo de vida, regresar al aeropuerto de origen.
Debemos continuar volando, aprovechando el viento de cola, para alcanzar el destino, todavía incierto, que nos ofrece esta aventura en la que andamos metidos hasta las rodillas.