Esta tarde, en el tejado del edificio de enfrene, un inquieto palomo gris cortejaba a una inmaculada paloma de plumas blancas vestida, como de novia. Con el cuello estirado y el cuerpo inflado, girando sobre su propio eje y emitiendo cantos desesperados, intentaba enamorarla. La paloma, tranquila y un poco distante, se dejaba querer. De repente, sin previo aviso, instintivamente, ha levantado el vuelo y se ha perdido en el frío cielo de invierno. Ella, como yo, ha quedado sorprendida, sola y un poco triste, arreglándose el níveo plumaje al sol.