Al abrigo desnudo del sol, en un
amanecer cualquiera, pusiste tu cuerpo a secar. Tendida en la arena, las dunas
de tu geografía no pasaron desapercibidas. Mis ojos, guiados por el espejismo,
me condujeron hacia ti. Mi sombra, reflejo ardiente de su dueño, tomó posesión
de tu luz e inevitablemente creamos un eclipse. Desde ese momento seguimos
ciegos y no vemos más allá de nuestros propios cuerpos, el tuyo y el mío. Si no
es amor ni tampoco sexo, ¿qué será?