sábado, 5 de mayo de 2018

Calanda.


No daba señales de vida, pero tampoco estaba muerto ni mucho menos de parranda, estaba agazapado en su silencio viéndolas venir y marcharse al instante. Su actitud era de oyente y de vidente, evidentemente. Quien no habla no peca, salvo de obra y de pensamiento, debió pensar en su mutismo. Yo sabía de su estado y conocía su decisión de aislamiento, no porque me lo dijera en su momento, sino por intuición, que es como saber a ciencia incierta. Hasta que un día se manifestó de cuerpo presente y habló más de la cuenta. Desde entonces soy yo el que callo y otorgo mi silencio. Uno no riñe si dos no quieren.