miércoles, 14 de mayo de 2014

En el tejado.


Estoy sentada en el bordillo del tejado de mi casa viendo esta inmensa luna que hace que todo sea luz esta noche. Siempre me ha gustado sentarme en el tejado, desde que era una niña, y subida en él escuchaba a mi madre gritar a lo lejos, llamándome, cabreada, porque me iba a caer. Pero yo no le hacía caso y siempre me subía. Me sentaba con las piernas colgando, mi falda escocesa, uniforme del cole, calcetines y zapatos azul marino de correa y hebilla. Y sentada así, miraba al cielo esperando ver pasar una estrella fugaz. Mis amigas decían que cuando veías una tenías que pedir muy, muy rápido, un deseo y yo siempre, cuando la veía, juntaba mis manos a modo de rezo y le decía, con voz flojita para que mi madre no me oyese: estrellita fugaz concédeme este deseo que tanto te pido y haz que mi amigo se enamore de mí. Han pasado treinta años y todavía hoy, en noches como esta, lo recuerdo, y parece que lo vuelvo a revivir. Estoy aquí arriba mirando las estrellas esperando que alguna se quiera fugar. Parece que da igual que tenga diez-doce años o que ya sea adulta. Esta noche... si esa estrella aparece, seguiré pidiéndole ese mismo deseo. El mismo de cuando era tan solo una niña.

LR

Allí arriba.


Llegaron juntos por el mismo camino y, allí arriba, cada uno eligió su destino.