Vivía atrapada en un matrimonio
que ya no era el suyo. El amor hacía tiempo que quedó atrás, mientras su vida
seguía avanzando en solitario. En alguna ocasión se había planteado salir de
ahí, romper, decirle adiós para siempre, pero pesaba más el miedo, la
incertidumbre, el qué dirán, su hija, la familia de él, la suya, la comodidad,
la economía, la soledad y el sentimiento de culpa. No, no era un maltratador,
aunque la trataba mal, era un pobre hombre que, como tantos otros, pensaba que
él era el centro del universo. Hasta que un día, más bien una noche, encontró
la solución a su gran problema. Fue él, el que marchó dejándola allí con sus
dudas y sus desdichas. Por fin sería libre.