No podemos cumplir algunos deseos pero sí imaginarlos. E imaginamos que regresamos al hotel a la una cuarenta de esta fantástica noche de sábado.
Nos despedimos de Marta y de Antonio y decidimos, por fin, acercarnos a la playa. Desandamos los pasos y bajamos tranquilos a orillamar. Una Luna, espléndidamente llena, nos recibe con reflejos plateados.
Nos descalzamos y caminamos decididos al encuentro del mar. Ya en la orilla nos cogemos de la mano y permanecemos unos momentos en silencio escuchando dulces melodías que olas tranquilas traen a los oídos. Decidimos pasear, pisando la arena mojada, en paralelo a la línea del horizonte. Los pies, ya fríos, no logran enfriar las emociones del momento: ternura, cariño, amor. Nos detenemos y, frente a frente, mirándonos a los ojos, nuestros labios se buscan y besan delicadamente dejándose llevar por la magia de la noche. Un cálido e intenso abrazo termina de unir nuestros cuerpos, que horas antes se encontraron bailando un pasodoble, en un solo cuerpo, encajando perfectamente, como piezas complementarias de una pareja singular. El deseo nos electriza, de arriba a abajo, y ya es imposible detener el torrente de pasión que recorre nuestras venas.
7:00 Suena el despertador en lo mejor del sueño, cuando compartíamos el calor de la piel en la cama de mi habitación.
Sí, todo ha sido un sueño, un sueño que hemos vivido juntos, en habitaciones contiguas, despiertos y separados por un tabique de indecisión.
Felices realidades.