Entre diamantes y nocheamantes
transcurría su vida, ajena a los vaivenes que, de vez en cuando, agitan la
rutina. Con tanto sexo perdió algo de peso, pero ganó amigos infieles, ateos
para más inri. Un lujo al alcance de pocas mujeres, libres e independientes. Ni
que decir tiene que yo no fui uno de ellos, en todo caso fui uno de todos
aquellos que la conocieron. Mar era su nombre y no fue nunca mujer de ningún
hombre.