De tus heridas, que sangran
lágrimas de hielo, nada quiero.
Tampoco quiero tus cicatrices,
huellas de amores congelados.
Ni quiero tu mirada de nieve blanda
a punto de derretirse.
Ni tu voz temblorosa, tiritando
palabras de escarcha, quiero.
No quiero tus chuzos, puñales
afilados que, de vez en cuando, me lanzas.
Por no querer, no quiero ni la nieve que me ofreces para aplacar mi sed de ti.
Porque de ti, en este amanecer helado, solo a ti te quiero.