Estábamos pacíficos y algo
mediterráneos contemplando el atardecer en el otoño de nuestras vidas. Cálidos
colores, saturados de nostalgia, inundaban la playa. Una gaviota, solitaria,
rompió el silencio con sus quejidos y así, sin darnos cuenta, se nos vino la
noche y el amor encima.