lunes, 15 de octubre de 2012

Rafting.

Te pones el casco, ajustas el chaleco salvavidas a tu cuerpo inquieto, coges el remo y, junto con otros aventureros, embarcas en una balsa neumática para dejarte llevar por las intrépidas corrientes de aguas bravas y turbulentas que bajan rápidas de la montaña.

Sientes la fuerza del agua, los golpes en la barca de las rocas ancladas en el lecho del río, saltas de tu asiento, gritas, intentas agarrarte donde sea, caes en cualquier posición y navegas hasta alcanzar el remanso y así poner fin a tu penúltima aventura. ¡Enhorabuena!

Pero hay otra manera de practicar Rafting: Sin casco, carente de chaleco que te proteja y con las manos libres, te lanzas en solitario, sin temores, con alguna duda y la conciencia desnuda de prejuicios, a la corriente de sentimientos que circula ahora por tu vida. Abres la puerta de tu corazón y escuchas el chirrido del tiempo que la mantuvo cerrada. Una cálida luz ilumina tu alma. Con asombro e incredulidad te asomas a tu interior para sentir la inesperada y entrañable aventura que vives ahora en esta fascinante etapa de tu vida.

En la corriente.


Sin casco, carente de chaleco que te proteja y con las manos libres, te lanzas en solitario, sin temores, con alguna duda y la conciencia desnuda de prejuicios, a la corriente de sentimientos que circula ahora por tu vida. Abres la puerta de tu corazón y escuchas el chirrido del tiempo que la mantuvo cerrada. Una cálida luz ilumina tu alma. Con asombro e incredulidad te asomas a tu interior para sentir la inesperada y entrañable aventura que vives ahora en esta fascinante etapa de tu vida.