Tiramos del hilo de la historia, de nuestra historia personal, intentando encontrar el origen, la causa de nuestro estado actual que explique lo que nos pasa, lo que sentimos.
Porque sentimos, porque nos impresionan pequeños gestos, fugaces miradas y palabras amables que se transforman en grandes estímulos, de mágicas personas que encontramos durante las veinticuatro horas que tarda un día en ceder el testigo a otro, despiertos y soñando, a veces también despiertos.
Estímulos que mueven los hilos de la marioneta que somos, movilizando nuestros brazos y piernas, nuestra cabeza y los gestos de la cara. Estímulos que articulan nuestra voz y nuestra mano para hablar y escribir de sentimientos que se cuelan por la frontera de la razón, como “sin papeles” dispuestos a buscarse la vida en el mundo de la amistad, del amor, de la fantasía.
Y a fuerza de tirar y tirar del hilo, a modo de autopsicoanálisis, recorriendo etapas anteriores, vivencias, emociones y aventuras infantiles, llegamos al final, o regresamos al principio, y no hay nada, nada físico, tan sólo un vacío, un inmenso vacío, repleto de recuerdos, de huellas, de cicatrices e imágenes de almas femeninas marcando los puntos kilométricos de nuestro pasado hasta llegar a la primera mujer, la que nos sacó de las tinieblas dándonos la luz y la vista, empujándonos al abismo de la vida, cortando el nudo gordiano que nos mantenía unidos a ella y a la nada.