Tal vez digan más de nosotros las palabras que no pronunciamos o no escribimos que aquellas que salen de nuestra garganta y de nuestras manos.
En el almacén de nuestra memoria se encuentran depositadas palabras dispuestas a recorrer, en cualquier momento y cuando nuestra intención las reclame, el camino que pasando por el corazón y la mente partan de nuestra garganta para expandirse en el ambiente y ser escuchadas por oídos atentos o tomen forma física de letras escritas para ser leídas o ignoradas.
Cuando conversamos nuestro discurso se adapta al momento en que hablamos y a las personas que nos rodean dispuestas a recibir el mensaje.
Si hablamos de tú a tú, sin testigos que nos coarten y capten nuestros secretos, seremos más sinceros y osados expresando lo que sentimos y ocultando sólo aquello que pueda interferir en el futuro mañana. Podemos ser directos e ir al grano, en picado, o movernos en círculos concéntricos cada vez más cerrados dispuestos a aterrizar en la pista de los sentimientos cuando las condiciones emocionales lo permitan.
Si conversamos en grupo andamos con cuidado para que nuestras palabras no revelen informaciones confidenciales que puedan desvelar pistas ocultas de profundos secretos u ofender a interlocutores presentes; medimos con cuidado lo que decimos y como lo decimos.
Si dejáramos hablar a nuestro inconsciente y a nuestros sentimientos libremente, sin censura ni límites, expresando lo que sentimos y opinamos de las personas y del mundo que nos rodea, sin diplomacia, sin prudencia, la comunicación cesaría pues no estaríamos dispuestos y preparados a encajar con agrado nuestras impredecibles palabras y las ajenas.
Tan sólo los niños y niñas, y aquellas personas que desde siempre se mueven en el terreno de la inocencia y de la imprudencia consentida, pueden expresar clara o ambiguamente lo que sus almas sienten sin miedo a herir susceptibilidades en los oyentes.
Si conversamos en grupo andamos con cuidado para que nuestras palabras no revelen informaciones confidenciales que puedan desvelar pistas ocultas de profundos secretos u ofender a interlocutores presentes; medimos con cuidado lo que decimos y como lo decimos.
Si dejáramos hablar a nuestro inconsciente y a nuestros sentimientos libremente, sin censura ni límites, expresando lo que sentimos y opinamos de las personas y del mundo que nos rodea, sin diplomacia, sin prudencia, la comunicación cesaría pues no estaríamos dispuestos y preparados a encajar con agrado nuestras impredecibles palabras y las ajenas.
Tan sólo los niños y niñas, y aquellas personas que desde siempre se mueven en el terreno de la inocencia y de la imprudencia consentida, pueden expresar clara o ambiguamente lo que sus almas sienten sin miedo a herir susceptibilidades en los oyentes.