Inaugurada la iglesia y terminada
la ceremonia, el sacerdote fue hasta la salida y, ortodoxamente, despidió, uno
por uno, a todos sus feligreses. Ella salió la primera, elegantemente vestida y
todavía con el velo en la cabeza, vino hacia mí y me dirigió un saludo y una
sonrisa. Yo le dije adiós y asentí con un gesto de sorpresa.