Nuestras plegarias giran y se retuercen elevándose al cielo con la intención de ser escuchadas por el Divino y obtener de él aquello que, para nosotros, por nuestros propios medios, pensamos que es imposible. Desde el origen de los tiempos, alguien nos enseñó a rezar y seguimos haciéndolo incluso habiendo perdido la fe.