Había bajado del cementerio y
regresaba al hotel. Al otro lado del río, en el puente, dos gitanillos que no
tendrían más de diez años, malvestidos y sucios, pero alegres y simpáticos,
cargaban con sendas ramas, a modo de cañas para pescar, y un cubo con agua y cebo
que me mostraron mientras hablaban en una lengua extraña para mí. Saltaron la
valla y se colocaron debajo del puente con la intención de pescar una suculenta
cena. Un niño pobre hasta la médula puede ser feliz con cualquier cosa, sabe
disfrutar del momento y mañana Dios dirá.