"Si quieres conocer el final debes llegar hasta él"
Después de compartir una jarra de agua anaranjada, que hace honor a la ciudad de partida, zarpamos una tarde de otoño desde el puerto de Valencia en el viejo y destartalado carguero que arrastra lentamente nuestras vidas intentando regresar a La Coruña.
Travesía recurrente en ambos sentidos a lo largo de la historia de nuestro viejo barco.
Tal vez sea este el último y definitivo viaje de regreso, cansados de tanto ir y venir entre suaves olas del Mediterráneo y asesinas olas de la Costa de la Muerte, sin descanso.
Abandonamos la luz, el color, el brillo y la jovialidad de levante destino a la bruma, la brisa, los claroscuros ceniza y la saudade de poniente.
Nos despiden en Valencia con una estruendosa mascletá que llena de olor a pólvora nuestros pulmones y nubla la vista el picor del humo azulado que desprende. Fuegos artificiales a la entrada de la noche a modo de faro multicolor que marca el punto de inflexión de nuestras vidas.
Tranquila singladura hasta el estrecho de Gibraltar que separa, a modo de aduana, dos mares tan opuestos como impresionantes, con alegres sirenas doradas en el este y mágicas sirenas plateadas del oeste.
Amigas gaviotas nos acompañan y no dejan de cantar misteriosas melodías portuarias, flanqueados por juguetones golfiños portugueses.
Bajo una fina y persistente lluvia contemplamos majestuosa la Torre de Hércules señalando próximo nuestro destino.
Entramos en el puerto haciendo sonar la melancólica sirena evitando chocar con otros barcos que se mueven en la espesa niebla.
Por fin atracamos en el muelle de Santa Lucía, lanzamos amarras y saltamos a tierra gallega camino de la calle de los vinos dispuestos a saborear una tazas de ribeiro, con pulpo a feira, para celebrar el regreso a nuestros orígenes.
"Tan sólo nos queda esperar la llegada del final para conocerlo"