sábado, 5 de febrero de 2011

Nostálgico paseo por el recuerdo en la ciudad de La Coruña.


Regreso, una vez más, como espero hacerlo en mi último viaje de despedida convertido en ceniza gris tormenta, a mi ciudad-península: La Coruña.

Desde la lejanía, entrando por la carretera que llega de Castilla observaba y sentía ya la nube gris, húmeda y uniforme, que nos envuelve en los días tristes de fina lluvia y densa bruma; en esos días que, mirando al horizonte, no distingues el cielo del mar y sólo observas una cortina cenicienta donde el cielo se intuye por el vuelo y el canto de las gaviotas que, anunciadoras de tu destino, cruzan de Orzán a los Cantones envolviendo a la ciudad con su característico sonido acompasado.

Ciudad de Cristal porque, en los días o momentos en que el Atlántico lo permite, el sol brilla con un halo mágico y transparente y nos devuelve la ilusión y la esperanza en un presente inmediato, cálido y luminoso.

Ciudad donde nadie es forastero. Ciudad portuaria que acoge a toda las almas sin preguntarles su origen, su condición, ni su destino.

Sabes que yo no nací aquí por primera vez (nacemos en cada momento en el que nos sentimos vivos de felicidad o muertos de tristeza, el resto del tiempo transitamos de un lugar común a otro), venía de La Mancha, otro océano de tierra parda sin horizontes limitados; pero volví a nacer en tus empedradas calles y en tus frías playas; porque sufrimos un nacimiento físico en el lugar donde tu madre decide, aliada con la naturaleza, acompañarte en el desembarco a este mundo en principio hostil; pero también nacemos cuando somos conscientes de nuestra existencia, y en ese momento el destino elige la ciudad idónea con nuestro carácter y nuestros sentimientos.

Aquí llegaba por primera vez con la nostalgia de mis seres queridos, por la pérdida de Javier, que trágicamente partió en busca de: “un cielo nuevo y una tierra nueva porque la primera tierra y el primer cielo desaparecieron” para él y se nublaron para nosotros; y la incertidumbre del territorio comanche que representaba el ejército de la España postfranquista de 1980.

Mi cuerpo y mi alma, acostumbrados al aislamiento interior, (de niño, cuando la enfermedad prefirió dejarme vivir, vagaba por los pasillos de casa con la cartera repleta de trastos personales indiferente a todo lo que me rodeaba, encerrado en mi mundo imaginado; hasta la adolescencia en que la muerte nos dejó escapar de un accidente de tráfico camino de La Marina) iban a superar otra prueba de resistencia psicológica; otros no lo lograron y el suicidio se los llevó por delante, eran baratos para la Madre Patria que tanto los amaba.

En Santo Domingo nos alojaron a pensión completa con salario de mil y poco pesetas, nos cortaron el pelo y las alas de libertad que habían crecido en la Universidad manifestándonos a favor de la democracia, en contra de las injusticias y de otras causas perdidas, era el momento, era la Transición.

El Caudillo nos recordaba en su “Testamento Político”, visible en lugar destacado del cuartel, y después de cinco años de su muerte que alivió a muchos y entristeció al resto, el amor debido a la Patria y a los valores del Nacional-Catolicismo. Al año siguiente, un 23F, Tejero montaría su berlanguiano espectáculo circense en el gran teatro de la política española.

Los atentados de ETA (con algún etarra infiltrado entre nosotros) y de los “Nacionalistas Galegos” le daban un toque de aventura a nuestra labor en las guardias de cetme, litera y calimocho.

Maniobras orquestales en la playa de Covas (simulábamos el ruido de las ametralladoras golpeado las cajas vacías de munición) y en Piedrafita dando apoyo logístico a la Brigada Paracaidista.

La ciudad, sede de la Capitanía General de la VIII Región Militar (luego llegarían las Autonomías), era un gran cuartel con la Policía Militar pisándonos los talones, dispuesta a amargarnos los momentos de desintoxicación cuartelera. El trabajo creativo y conciliador de su insigne alcalde D. Francisco Vázquez se manifestaba día a día y anticipaba la transformación en una gran ciudad, moderna, cultural y de la moda.

Trabajo en tareas administrativas, juzgado y reclutamiento, en la Maestranza de Artillería (hoy sede del Rectorado de la Universidad), con vistas al mar y al dique que separaba nuestro arresto militar del vuelo de las gaviotas, que todas las mañanas acudían alegres a recibir los chuscos del desayuno que, condescendientes, les arrojábamos. Tan sólo el almuerzo de mediodía pasaba con nota alta los cánones gastronómicos elementales.

Pronto surgió, como en la cárcel, el grupo afín que te apoya en momentos delicados para defenderte de otros lobos humanos dispuestos a sobrevivir a costa de cualquier cordero despistado.

La Literatura sirvió de nexo de unión de jóvenes inquietos: Facundo, Bernabé, Nacho, Manrique y algún otro que no recuerdo, que buscaban en los libros la libertad que la disciplina militar nos robaba: Hesse, Kafka, Nietzsche, Mann, Camus, Sartre, nos ayudaban a soñar en las noches de guardia y en las tardes perdidas en escondites secretos. La tertulia, el ejercicio físico para mantener el tono muscular y los poemas, que salían de nuestras almas inquietas y compartíamos en el grupo, nos permitían mantener una cierta dignidad, protegidos y amparados por el sexagenario comandante Casal que anteponía la cultura y la charla inteligente, envuelto en humo holandés de su pipa, a la ortodoxia militar. La Voz de Galicia nos mantenía informados y nos transmitía el alma y la cultura gallega, que quedó grabada con sangre indeleble en nuestros cerebelos.

En cuantas ocasiones recorrimos juntos la Calle de los Vinos; nos despojábamos de la indumentaria verde en el Brisas (magistral el bocadillo de tortilla de patatas con pimientos), y de civiles camuflados iniciábamos el itinerario perfecto: En la Bombilla con el pincho de tortilla, las cerillas del Cerillas, la choupa en A Roda, los tigres en cualquier sitio, con tazas de Ribeiro y la Estrella de Galicia; rematábamos la tarde con vino dulce del Priorato en la Bodega y "carajillo quemao" en La Barra, junto al Teatro Rosalía de Castro. Otras drogas de mayor calibre: Porros, anfetas, tripis y caballo circulaban por las taquillas y por las venas cuando Galicia era la puerta de entrada a Europa y a la Muerte; regresábamos al cuartel atravesando el Barrio Chino en perfectas condiciones de revista.

Ciudad romántica con rincones emblemáticos: El castillo de San Antón, la Dársena de La Marina, La Torre de Hércules, la Plaza de María Pita, la tumba de Sir Jhon Moore, en el jardín de San Carlos, iglesias y conventos, palacios, Riazor, Orzán, el puerto… siempre con el mar al alcance de mis ojos y la brisa calándome el corazón recordando a la "dulce musa" que inspiraba mis sueños de amor en días y noches de gris desilusión.

Sabes que regreso siempre a ti buscando la calma que reconforte mi espíritu y despeje mi mente bajo la lluvia fina que me regalas, mientras deambulo por tus calles mágicas, atrapado en el recuerdo y encerrado en mi presente.

Marcho, pero prometo volver, para siempre.