miércoles, 9 de diciembre de 2015

El hombre del hierro.


Y a la misma vez que tú estabas mirando al mar y despertando de ese largo y profundo sueño, según nos cuentas, yo pasaba por allí pescando imágenes junto al mar para luego secarlas al sol. Y te vi, o mejor dicho, vi tu estilizada silueta recortada a contraluz y no me quedó más remedio que fotografiarte mientras meditabas. Pero no bastó con esa foto y quise conocerte mejor. Por eso avancé unos pasos y me antepuse delante de tu esqueleto metálico y dándole mi espalda al sol. Pude comprobar que, en efecto, mirabas al mar. Que llevabas tu mano de hierro a la frente para hacer de visera con ella y evitar el deslumbramiento. Porque, a pesar de ser ya diciembre, la mañana era radiante y luminosa. El mar, la mar, estaba tranquila y de un color azul mediterráneo. Olas no había ninguna, salvo las olitas propias de un mar en calma. Me quedé observándote un buen rato intentando leer tu gesto e interpretar tu postura. No imaginé lo que en esos momentos pasaba por tu cabeza y ayer pude leerlo aquí, sin ir más lejos. Y no me sorprendió que alguien que lleva plantado en el mismo sitio, sin moverse, vigilando la mar día y noche, cuente lo que tú cuentas desde lo más profundo de tu oxidado corazón. Y otra foto, ésta foto, captó ese momento, nuestro hiperrealista momento.