viernes, 8 de noviembre de 2013

El soldado poeta.

De la colección "Cuentos de una Reina"
Por Gloria de la Sierra para "El Chema y él"

Érase una vez un soldado que estaba muy enamorado de su majestad la reina. Para él su reina era inalcanzable. Pero nada de eso le impedía soñar. Apostado en el patio de armas la veía cada mañana cuando se asomaba a la ventana de palacio. Mientras todos sus compañeros se dedicaban a beber y disfrutar del tiempo libre él pasaba el tiempo tocando el laúd y escribiendo poemas de amor para ella. El soldado sabía que esos poemas nunca llegarían hasta ella, pero aun así los escribía. En las noches, a solas en ese patio, daba vida a esos poemas acompañado del laúd de un amigo que tocaba junto a él y que sabía de las desdichas del pobre soldado. Siempre era igual. Todos los días se repetía lo mismo. Y cada día que pasaba el soldado estaba más y más triste. Una noche de mucho, mucho viento, la Reina, acostada en su cama, no podía dormir. El viento era tan fuerte que hacia batir los portalones de su ventana. Se levantó, abrió la ventana y se asomó al exterior, entonces lo escuchó. Era una melodía preciosa la que acompañaba a la voz más perfecta que jamás había oído recitando los versos más bellos que jamás nunca escuchó. A partir de ese momento la reina cada noche abría la ventana y, tendida en su cama, escuchaba las canciones de amor que cantaba el soldado. Eran canciones tristes pero muy bellas. Canciones de desamor, de amores no correspondidos, de esperanza, de anhelos imposibles. Eran canciones que a la reina hacían llorar pero también soñar. Y la reina soñaba con que ella era la dueña de ese amor tan anhelado y así, poco a poco, y noche tras noche, la reina se fue enamorando del soldado, sin apenas darse cuenta de que lo hacía. Y los días se fueron sucediendo. Uno tras otro. Todos iguales. Durante el día la reina miraba desde su ventana preguntándose quien sería ese soldado. Y él alzaba la vista y la veía...cada día más bella...cada día más hermosa...y cada día la amaba más. Durante la noche acostada y sin poder dormir escuchaba las canciones de su soldado. ¿Lo vería alguna vez? ¿Descubriría quién era?.... Un día, muy de madrugada, la reina decidió salir a dar un paseo. Todos en palacio dormían y tan solo los soldados se encontraban en el patio preparando sus caballos y sus ropajes. La reina los miraba de uno en uno: -éste es muy feo...no puede ser mi soldado. -aquel tiene cara de bestia. No creo que sepa escribir canciones y versos como los de mi soldado. -y ese otro de allí, es apenas un niño. Y así uno tras otro los iba analizando. Pero no encontraba a su soldado. Entristecida se dio la vuelta para volver al palacio, entonces lo vio y supo que era él. Porque el soldado la estaba mirando y en sus ojos se reflejaba todo el amor que sentía por ella. Por un instante sus miradas se cruzaron. Los ojos verdes de él. Los ojos castaños de ella. Y en ese instante, sin palabras, los dos supieron que se amarían para siempre. A partir de ese día el soldado solo tenía una meta: Subir por la ventana a los aposentos de su reina. Pero el rey lo había visto todo. ¡Él era el rey y jamás ningún soldado osaría quitarle a su amada esposa! El soldado consiguió una cuerda larga hecha de nudos y al amanecer la utilizó para conseguir alcanzar su meta. Entonces el rey se transformó en sol. Un sol abrasador. Quemaba mucho, más que nunca. Y cada vez que el soldado trepaba hacia lo alto el sol le quemaba más, y si alzaba la vista para mirar arriba el sol no le dejaba ver. El soldado lo intento varías veces pero cuanto más veces lo hacía más calor desprendía el sol. Al final el soldado tuvo que desistir. Tenía los brazos, las manos y el rostro muy quemados y sus ojos abrasados casi no podían ver. Pasaron los días y las noches. Unos días en los que la reina y el soldado se miraban a los ojos y, sin utilizar palabras, se decían todo el amor que sentían el uno por el otro. Anhelaban estar juntos pero ella no era libre, su esposo tenía mucho poder y él... Él no era nada más que un simple soldado a las órdenes de su rey. Pero en la vida hay que aprender a arriesgar si algo se quiere conseguir, y así lo pensó el soldado. Intuía que la reina no dormía sola y que el rey la acompañaba en las noches pero, aun así, pensó que ese era el mejor momento. El sol no abrasaba y el rey con suerte estaría durmiendo. Y así fue como una noche, aprovechando la luna llena para poder guiarse mejor, el soldado comenzó a trepar por esa cuerda de nudos. Cada nudo por el que avanzada sentía latir más rápido su corazón. Tenía miedo pero no desistió. Su coraje y los ojos de su reina hicieron el resto. Porque allí, en lo alto de la torre y junto a la ventana, estaba la reina esperando a su amado. La reina dormía sola, como todas las reinas, aunque eso el soldado no lo sabía. Subió, trepó y poco a poco llegó arriba, al lado de su reina. Y en ese mismo instante supo, en verdad, cuanto la amaba. Cuentan y cuentan las leyendas que a partir de esa noche, todas la noches, en ese Reino aparecía la luna llena posada encima de la ventana de la reina y que esa luna no desaparecía hasta el amanecer.