Dentro de nuestra cueva todo es oscuro y triste, pero la luz que se filtra del exterior, alfombrando de gris el suelo, nos recuerda que toda cueva tiene, por lo menos, una salida. Una puerta que nos sirvió de entrada buscando refugio. Una salida luminosa que nos conecta, de nuevo, con el exterior, con otra realidad imaginada. Podemos permanecer dentro de ella, refugiados de las inclemencias de nuestras propias tormentas, esperando acontecimientos que amainen el temporal para salir a respirar el aire fresco de un nuevo presente.