Noche que estrena diciembre. Noche húmeda de niebla envolviendo la ciudad. Tranquila noche de otoño sin viento ni lluvia; cinco frescos grados de temperatura despejan mi cansancio y mi sueño.
Sé que esta noche no voy a morir, pero deseo morir en una noche como esta. Una noche sin ruidos, en calma, de fresca niebla que refresca mi rostro y de tenues tinieblas arropando mi alma cerca del mar.
Tal vez, seguro, que en esa última noche de mi vida, y primera de mi muerte, no pueda expresar, por falta de tiempo, de lucidez, por culpa de un accidente, de una vejez paralizante o de cualquier otra circunstancia adversa, mis sentimientos. Por eso ahora, en este nocturno momento, cuando todavía estoy vivo y soy consciente de mis actos, quiero decirte que te quiero, que os quiero. Y quiero pedirte, pediros, perdón por aquellas palabras malnacidas de mi garganta que te ofendieron; perdón por aquellos actos impropios de un ser casi humano; perdón por lo que puede hacer por ti y no hice. No tengo palabras ni sentimientos que reprochen nada. Cicatrizaron todas mis heridas, comprendo tus actos y tus sentimientos, aunque no me perdono no haberte querido también entonces, cuando creció la distancia.
Sé que esta noche no voy a morir porque quizá ya esté muerto y estas palabras sean fruto de la energía virtual de mi imaginación tecleando las letras blancas del ordenador. En todo caso, si estoy vivo, muerto, o ni vivo ni muerto, reitero que te quiero, que os quiero, y quiero que lo sepas en esta apacible noche de niebla.