De noble naturaleza y singular
belleza, difícil era escapar de su hechizo. Certeza era para mí, ¿y para quién
no?, que no daría su corazón a torcer, ni siquiera su mano rozar, por muchas
palabras hiladas o deshilvanadas que a sus oídos y ojos llegaran. De acero
18/10, dureza extrema, eran sus respuestas, pero más desgasta la insistencia
que una defensa a ultranza. Por fin, después de siglos de paciencia, se dejó
querer, y quiso querer, como quien no quiere la cosa.