Navegaba aquella tarde nuestra
cama guiada por tus manos al timón y la fuerza de mi cuerpo impulsándonos sin
rumbo definido, unas canciones de fondo en el dial y los gemidos de una gaviota
en celo marcaban el ritmo de nuestra alocada travesía, cruzar desde la orilla
del armario hasta la ventana que da a la calle no fue tarea fácil ni esfuerzo
perdido, pero llegamos, rendidos y colmados, como nunca antes lo habíamos
conseguido.