Sin nada más que decir, porque creo que ya está todo dicho,
clavo mis dedos en el teclado negro del ordenador y, mientras contemplo las
blancas letras mayúsculas que dan nombre a las teclas, me vienen a la cabeza
algunos pensamientos tan grises como esta tarde de primavera.
Recuerdos de otros tiempos cercanos en el calendario y abismales en mi memoria. Dos planetas que se alejan a la velocidad del “Big Bang” dejando tras de sí un espacio mudo, oscuro e inerte.
¿Cómo es posible que dos almas, hasta hace nada fusionadas, ahora no lleguen ni a reconocerse? ¿Qué cambió en la dulce atmósfera que nos envolvía para que, lenta y calladamente, se marchitase la flor de aquella otra primavera?
No hay respuestas, no las necesito. No busco explicaciones innecesarias, tan sólo siento cómo las yemas de mis dedos dejan huella escrita de esta incógnita en la pantalla luminosa que concentra mi atención.
Todo transcurre tan deprisa que, mientras tanto, otro satélite misterioso y atrayente llegó a mi encuentro para recorrer juntos un periplo amable, indefinido y luminoso.
Y si todo tiene un principio, contada ya la aventura astronómica, sólo resta el punto final.
Recuerdos de otros tiempos cercanos en el calendario y abismales en mi memoria. Dos planetas que se alejan a la velocidad del “Big Bang” dejando tras de sí un espacio mudo, oscuro e inerte.
¿Cómo es posible que dos almas, hasta hace nada fusionadas, ahora no lleguen ni a reconocerse? ¿Qué cambió en la dulce atmósfera que nos envolvía para que, lenta y calladamente, se marchitase la flor de aquella otra primavera?
No hay respuestas, no las necesito. No busco explicaciones innecesarias, tan sólo siento cómo las yemas de mis dedos dejan huella escrita de esta incógnita en la pantalla luminosa que concentra mi atención.
Todo transcurre tan deprisa que, mientras tanto, otro satélite misterioso y atrayente llegó a mi encuentro para recorrer juntos un periplo amable, indefinido y luminoso.
Y si todo tiene un principio, contada ya la aventura astronómica, sólo resta el punto final.