“Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la literatura una mariposa que, parándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza”.
Fernando Pessoa
Aprendimos a comprender el tiempo mediante la observación de los ciclos del Sol y de la Tierra.
Aprendimos a medirlo con relojes que evolucionaron con el paso del tiempo.
Aprendimos la existencia de un tiempo presente, de ahora; pudimos retroceder hacia atrás en busca del tiempo pasado; y anticiparnos al tiempo que viene en el futuro, ahora después.
Aprendimos el significado del tiempo muerto, y lo enterramos.
Aprendimos que cualquier tiempo pasado fue mejor, siempre, o casi nunca.
Aprendimos que el tiempo es oro y por eso lo guardamos en cajas fuertes.
Aprendimos a matar el tiempo, de cualquier manera, incluso asesinándolo.
Aprendimos que existe un tiempo para cada cosa y que cada cosa a su tiempo.
Aprendimos que el tiempo nos envejece por fuera y a veces también por dentro.
Aprendimos que el tiempo todo lo cura y que todo se olvida con el paso del tiempo.
Aprendimos cómo evolucionan los acontecimientos de un tiempo a esta parte.
Aprendimos que existe un tiempo de silencio, de calma.
Aprendimos que el tiempo se nos escapa por las rendijas del alma.
Aprendimos que no hay tiempo que perder ni que perder el tiempo.
Y, sí hemos aprendido tanto del tiempo, ¿por qué no hemos aprendido a transcender de él instalándonos en la intemporalidad?
Mágicos sueños circulares, como ondas de agua en el estanque, surgen en mi noche de otoño para reencontrarme contigo, desconocida mujer.
Te sientas a mi lado en la tierra húmeda, abrazo tus hombros, y tú mi cintura, y contemplamos las montañas, de cumbres nevadas, repletas de gentes que recorren los senderos en busca de sus propios sueños.
Mágicos sueños circulares, como el vuelo de los buitres leonados cerniéndose sobre nuestras cabezas dispuestos a cobrarse el cadáver que huye de trágicas pesadillas.
Y continuamos soñando, callados, sin necesidad de hablar pues nos basta con la comunicación onírica.
Pero suena el despertador, y despertamos, tú no sé dónde y yo en la soledad de mi cama.
Comienzo ahora el ritual circular de todos los días, puesto en pie, dispuesto a encontrarte, desconocida mujer, en el rostro de otra mujer tan real como mis sueños mágicos circulares.
Rosa fresa brillante: tus labios aroma frutal, fino y delicado: tu beso sabroso, fresco y equilibrado: tu cuerpo vigésimo tercero: hoy 23 llueve: en la noche equinoccial viernes: igual que ayer otoño: siempre otoño a tu lado y tu argumento:
Efímero amor, como blanco rayo que cae del cielo iluminando la tarde azul de tormenta, explota en trueno, nos inquieta y conmueve. Fugaz amor, asciende veloz en la oscuridad de la noche, estalla en lluvia de colores que calan nuestros sueños. Breve amor, entra a hurtadillas por nuestros sentidos, se instala en los sentimientos y anestesia el autocontrol que nos gobierna. Exiguo amor, brota, cual nívea flor de almendro, mostrando su belleza en los campos de nuestra imaginación para marchitarse en fruto de cáscara impenetrable. Pasajero amor, funde el hielo de invierno en aguas cristalinas que buscan la mar salada del estío, ahogándose en el fondo del tiempo. Temporal amor, llega y se esconde, reaparece y se oculta en sombras que nos siguen y persiguen en noches románticas de luna llena. Perecedero amor, arco iris aureolando la sonrisa triste y la mirada miope de nuestros arrítmicos corazones. Transitorio amor, estrella fugaz que impacta en la atmósfera de nuestras vidas desintegrándose en la caja negra de la memoria. Momentáneo amor, destello de ansiedad y suspiro de alegría e incertidumbre, alterando las constantes vitales de tu cuerpo y del mío.
"Qué mujer no hubiera querido ver lo que vio Orlando: arder en la nieve, porque todo el espejo era un campo nevado y ella era como un fuego, una zarza ardiente, y las luces de los cirios que la aureolaban eran hojas de plata; o también, el espejo era una agua verde, y ella era una sirena, recamada de perlas, una sirena en una gruta, cantando para que se asomaran los remeros, y se cayeran, se cayeran para abrazarla; tan resplandeciente, tan dura, tan suave era, tan asombrosamente seductora..."
Asfalto gris carretera una tarde de verano, de levante a la meseta, regresando sin ella.
Castillo de Almansa, sierra del Mugrón al frente, molinos que el viento gira como la vida, adelante. Tierras ocres deseperan, amarillos campos de Chinchilla, cielo azul de tristes nubes, radar y canciones suenan. Atrás 17 años de infancia y una vida sin espera,
Llega tu liviano cuerpo, aún caliente, que deposito con delicadeza en la mesa metálica.
Mujer de tez blanca y edad indeterminada: entre cuarenta y cincuenta años.
Metro sesenta y cinco y cincuenta y cuatro kilos de peso.
Cabello rubio lacio en varias tonalidades.
Descalzo los pies de sandalias claras con medio tacón.
Corto, de abajo arriba, con tijeras sin punta, para no herir tu cuerpo inerte, el vestido verde vaporoso que te envuelve.
No hay ropa interior cubriendo la zona íntima superficial, tal vez el calor y tu arrojo no la necesitaron.
Señales evidentes de actividad sexual reciente.
Cuerpo bronceado por los últimos rayos de verano que termina apagado, como tu vida.
No observo ninguna marca ni síntoma de golpes fortuitos o intencionados.
Tu cara, relajada y feliz, tampoco denota angustia ni terror en los últimos momentos.
Tan sólo encuentro un pequeño corte, de origen doméstico, en el dedo índice de la mano izquierda y rosadas rozaduras en ambos talones fruto, sin duda, de coquetería femenina.
Tomo el bisturí dispuesto a explorar el interior de tus entrañas. Acaricio tu piel con el filo metálico que abre una rendija a la luz y a mi vista que indaga en tu pasado.
Órganos del digestivo en perfecto estado, restos de marisco y olor a vino blanco afrutado.
Pulmones limpios de tabaco y otras drogas.
Arterias y venas libres de depósitos grasos denotan actividad física regular.
Dirijo mi mano, mis ojos y mi afilado lápiz a tu pecho buscando el corazón. Apariencia normal, ligeras manchas banales y una pequeña herida sentimental abierta que debió sangrar lenta y tristemente pero sin afectar a las funciones intelectuales básicas.
Me acerco a la cabeza recorriendo tu delicado cuello sin huellas de estrangulamiento.
Retiro las gafas que dejé puestas por si te interesaba observar mis movimientos. Ojos azul claro, como de sirena, y cristalino transparente. Boca entreabierta que desprende, todavía, el primaveral aroma de ribeiro, sin síntomas de atragantamiento.
No exploraré tu cerebro pues los misterios que alberga son inescrutables para cualquier hombre.
Contemplo, sorprendido, una nubecillaargéntea que, partiendo de tu corazón, se eleva suavemente sobre nuestros cuerpos y escapa por la ventana abierta atraída por la brisa salada de la tarde, sin rumbo conocido.
Será tu alma que regresa al mar azul de tus sueños en busca de otra oportunidad, en otro mundo, en otro cuerpo, en otra vida.
Hora aproximada del óbito: 18,30.
Causa: sin determinar, posible colapso multiorgásmico.
Retiran tu cuerpo destino a la incineración.
Ya no queda nada de ti: nada; tan sólo el recuerdo: tu recuerdo.
Mojitos dulces y cervezas rubias, vestidas de rosa, bailan ritmos calientes en el horno de la tarde de feria.
Gotas de lluvia artificial duchan los cuerpos sudados de alcohol y música.
Conversaciones, bromas y simpatías se mueven en círculo alrededor de otra ronda bajo las carpas.
Es la Feria, otra feria, que nos convoca y reúne cada septiembre como despedida de un verano que no quiere ceder su calor al otoño que llegará, sin duda, para aplacar nuestros cálidos fuegos de artificio.
Existe un fenómeno atmosférico singular, desconocido para la mayoría de la población, que lleva por nombre: "Lluvia de colores".
Se origina en ciertas tardes de primavera y otoño: cuando la temperatura del aire ronda los veintidós grados centígrados y comienza a caer el Sol en el horizonte, bañando de color anaranjado las nubes que sobrevuelan nuestros sentimientos.
Es imprescindible para su contemplación, y ahí lo difícil de la observación, que tengamos la mente totalmente despejada de prejuicios, preocupaciones y ocupaciones vulgares, dejando el espacio libre en nuestros corazones para interpretar, disfrutar y sentir plenamente los colores que llegan a nuestra retina.
Nos limitamos a observar el fenómeno sin ningún condicionante ni barrera emocional que impida aceptar la visión que tenemos delante. Al igual que el amor, que no vemos pero sentimos profundamente, veremos y sentiremos con admiración y satisfacción la lluvia de colores que moja nuestro cerebelo para refrescar cálidamente el atardecer y limpiar de partículas grises en suspensión la atmósfera cargada de nuestras vidas.
Estad atentas y dispuestas, en las próximas tardes nubladas de otoño, para captar y gozar la lluvia de colores.
Posdata: no es necesario abrir el paraguas, la lluvia de colores tan sólo cala en nuestro interior.
Las aves, sin duda, pueden volar, de forma natural, con destino a la Luna. No necesitan sofisticadas naves repletas de tecnología, ni enormes depósitos cargados de combustible. Tan sólo con sus delicadas alas, de plumas aerodinámicas, el alimento que alberga su buche, el GPS, y el radar, que de nacimiento les acompaña, son capaces de volar, y de llegar, a cualquier destino, incluso a la Luna.
También nosotros, con nuestra imaginación, recorremos la distancia que nos separa de nuestro blanco satélite y alucinamos, perdón, alunizamos en su superficie, dispuestos a pasear, ligeros de peso, nuestros pesados cuerpos y contemplar, ahí abajo, un planeta tan azul y tan oscuro como su futuro, nuestro futuro. ¿Vuelas?
Mi luz, he aquí mi luz, la luz de poniente, del oeste, que marca mi origen celta e indica mi destino final en el este, en el Mediterráneo, recorriendo el camino inverso al Sol, como mi vida: en continuo retorno hasta alcanzar la iluminación.
Mi oscura sombra me acompaña cuando aparece una luz dispuesta a iluminarme.
Se deja proyectar en cualquier sitio: paredes, suelos, espejos, e incluso en la superficie del mar, pero sin mojarse.
Cuando cesa la luz que la proyecta regresa inmediatamente a mi cuerpo adoptando mi figura.
Me cuenta las experiencias vividas a ras del suelo, mirando siempre hacia arriba, contemplando las piernas que se elevan, desde tacones imposibles, hacia el infinito.
No le importa que la pisen, no siente dolor ni huele los desechos orgánicos, pero le molestan los ciclistas de acera cuando le tocan el timbre para que se aparte.
En ocasiones se entretiene charlando con alguna sombra femenina, de falda corta, y tengo que esperar pacientemente o tirar de ella para no llegar tarde a mis citas.
Llevamos tantos años juntos, hemos crecido a la par y andado y reído lo indecible, que somos amigos inseparables, no podríamos pasar el uno sin la otra.
Lástima cuando se apague la luz, definitivamente, y ella quede viudo y yo muy triste.