Aquella fría mañana de domingo quedaron sus sombras heladas, en lo alto del mirador del Santuario de la Virgen de la Fuensanta, mientras conversaban distraídamente de lo divino e inhumano contemplando, ahí abajo, la ciudad de Murcia.
No hubo forma ni manera de despegarlas del suelo congelado y allí quedaron, para siempre, expuestas a miradas atónitas de peregrinos que las confunden con misteriosas siluetas aparecidas a modo de "milagro" de la Virgen.
Desde ese momento huérfanos son de sus perdidas sombras y deambulan con precaución huyendo de la luz del día que los delate, evitando así ser llamados al Vaticano para dar pábulo al milagro que revitalice el santuario.
Nosotros, inquietos observadores, fuimos testigos del mágico momento y damos testimonio gráfico y escrito de tan singular acontecimiento que achacamos, sin duda, a la inusual baja temperatura de la mañana murciana.
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