Por aquellas fechas el otoño seguía deshojando la margarita, unos amores se iban y otros venían, con tristeza y dolor unos, otros con esperanza y alegría.
“Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la literatura una mariposa que, parándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza”. Fernando Pessoa
Por aquellas fechas el otoño seguía deshojando la margarita, unos amores se iban y otros venían, con tristeza y dolor unos, otros con esperanza y alegría.
En ocasiones sí, pero no es lo habitual, lo normal es que no te enamores de un día para otro, sino después de un día tras otro, aunque exista el amor a primera vista o a primera lectura. Cuando te conocí, tú jugabas con ventaja, pues ya estabas enamorada de mí y yo apenas sabía algo de ti, por no decir nada. Y así fue, necesité de unos días, quizás de unas semanas, para quedarme atado a ti, según tú con la cuerda muy larga, por propia voluntad y por todo lo que me dabas. Y desde entonces, y ya va para largo, seguimos enamorados, con nuestras pequeñas crisis de vez en cuando, con nuestras historias y nuestras vivencias de ayer, de hoy y de mañana.
Llamemos amor a nuestra locura, amistad segura, deseo que nos transfigura y pasión que a veces nos hiere, pero que siempre nos cura.
Si no buscas no encuentras, si no experimentas no descubres, si no te reflejas no te ves y entonces estás perdido.
Lágrimas de otoño caían y escribían en efímeras hojas un triste relato, silencioso llanto que por amor vertía, a quien supiera leer, un caudal de amargo desencanto.
Las nieblas del pasado se hicieron presente aquella noche. Recuerdos de tiempos vividos en un mundo paralelo que dejaron huella. Sentimientos de culpa, arrepentimiento, pesar y un halo de nostalgia por aquellos seres que habitaron su mundo hace diez años. Yo estaba allí, a su lado, escuchando su relato, incrédulo a ratos y asombrado en otros. Ella había mentido a todos, jugado, engañado, pedido perdón y terminado con esa ficción. Ahora era yo, según ella, quién debía hacer de juez por todo lo que hizo entonces y me ocultó tantos años. Con argumentos que no vienen a cuento, la declaré inocente, por su arrepentimiento y porque nunca estuvo obligada a darme cuenta de aquel cielo y de aquel infierno pasados. Nadie está libre de pecado, si por pecado se entiende vivir la vida de otra manera.
Aunque no lo creas, siempre es mejor una buena mentira que una mala verdad. No te engañes, yo sí te creo, me da igual que sea verdad o mentira. ¿Acaso no son ambas reflejo de una misma realidad?
Ante una misma realidad una cosa es lo que ves y otra diferente lo que imaginas. Yo siempre te imagino y te veo igual, en color o en blanco y negro, lo mire cómo lo mire.
De camuflaje visten las hojas de
otoño antes de caer al suelo y mientras esperan arden en mil colores de fuego.
Tomando el camino equivocado siempre te encuentro. Será que mis pasos, inconscientes, te buscan o los tuyos, despistados, me hallan.
Era rubia y con ojos de gata, de esos que si te echan la mirada encima te atrapan. De movimientos lentos y pasos suaves, como de danza. Flexible de cuerpo, piel felina, gestos dulces y voz aflautada, pero si le pisabas la cola mostraba los dientes, sacaba las uñas y te desafiaba. Estuvo conmigo un tiempo, entraba y salía a su antojo, en mi habitación dormía, salvo cuando se iba con otro. Un día desapareció sin decir adiós, sin dejar rastro. Desde ese día algo me falta, tengo un vacío por dentro, que nada ni nadie lo tapa, y la casa llena de ratas.
Siéntate frente a frente y habla contigo, no tengas miedo de conocerte, tienes tantas historias que contarte...
Desde la Edad del Bronce hasta mediados del siglo pasado, una sucesión cultural, clave para entender la evolución humana: Prehistórica, íbera, romana, visigoda, musulmana y cristiana, se dio cita en El Tolmo de Minateda.
Hay una sombra en la pared, reflejo de un campanario mudo; hay un farol, que no va de farol porque todavía no es de noche; hay una ráfaga de viento, que la fotografía no capta porque está quieta; y hay un silencio atronador de esos que te dejan sordo por dentro. Todo esto es lo que hay, no hay nada importante porque nada de lo que hay, salvo tu ausencia, merece la pena recordar.
Es una hoja de otoño, pero vemos un corazón y sentimos la pasión que circula por sus venas. Ver más allá, sentir y expresar, también es poesía.
A cielo abierto, en la ciudad de los muertos, respiro la paz que no encuentro entre los vivos. Difuntos confinados para siempre, y hasta que la memoria aguante, en el recuerdo, rodeados de flores, cruces, cipreses y pajarillos. ¿Acaso hay un paraíso mejor?
Un monolito levantado en 1929 marca el lugar donde se encuentra el yacimiento arqueológico de El Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (s. I - IV a.C.), santuario íbero que sacó a la luz, en torno a 1860, más de quinientas esculturas (exvotos) entre las que destaca la Dama Oferente. A unos cientos de metros de allí, el monte Arabí con sus pinturas rupestres, la vía Heraclea (calzada romana) y la necrópolis íbero-romana de El Llano de la Consolación, conforman un paraje excepcional habitado por nuestros antepasados.