lunes, 28 de diciembre de 2009

La tarde gris.



... la lluvia vuelve a tejer el ambiente, a entristecer el momento y el tiempo de un futuro casi presente.

Era una tarde eminentemente gris, las nubes eran sólo una, inmensa, fina, como velada, que cubría totalmente el espacio circundante. El mar en la orilla del puerto se fundía con el cielo, era del mismo color, la misma forma y materia, todo uno.
No llovía, no, no era necesario, vivíamos en el interior de una gran nube gris húmeda. La humedad se introducía en nuestras almas. Todo estaba en calma, ni tan siquiera el movimiento de algunos barcos en el puerto llegaba a ondular el mar tranquilo.
Era la tarde de la tristeza, todo era claroscuro, silencio, calma, agonía e incertidumbre.
Algunas gaviotas osaban adentrarse y evolucionar en el mar gris del horizonte cercano, dejaban en el aire el sonido de sus cantos de aves hambrientas.
Una sirena grave de un buque próximo, que no veíamos, nos sugería el acontecer de la vida como algo que se oye pero no se conoce.
Era la tarde del sentimiento reprimido, de la soledad, del cansancio humano. Era la fusión del ambiente gris con el cerebro gris del hombre gris.
La oscuridad iba paulatinamente adueñándose de la tarde, ya poco le quedaba de vida, moriría irremediablemente en la noche apagada.
El débil destello del faro en el dique apenas si llegaba a impresionar nuestras retinas, tal vez fuera una visión memorizada de noches y noches vividas frente al mismo espacio.
Era la tarde de la muerte, la tarde apagada que precede a la noche oscura y fatídica. Los tonos grises se ennegrecían paulatinamente anunciadores de un futuro irremediable.
Era también para nosotros la tarde de la muerte, si, habíamos decidido no volver jamás a ver la luz, huir de un nuevo amanecer, habíamos escogido esta triste tarde gris para poner fin a nuestras tristes y amargas existencias. Deberíamos acompañar a la tarde hasta su lecho nocturno pero sin sobresaltos, sin estridencias.
En sendas copas reposaba el tóxico letal que nos devolvería a nuestros comienzos remotos.
Aprovechando otro bramido de sirena alzamos nuestras copas a la tarde y chocamos, en un gesto amargo y desesperanzado, los perfiles de cristal que dejaron en la habitación un sonido acompasado.
Lentamente pero con seguridad y firmeza vaciamos el contenido en nuestros labios receptores y notamos en nuestros paladares el paso amargo del veneno anhelado.
Ya éramos tarde, formábamos parte de la tarde, éramos pálidos reflejos grises de dos vidas en extinción, ya sólo nos quedaba reposar la llegada del fin.
Caía la tarde lentamente al tiempo que nuestra visión disminuía al ritmo deseado, ya nada aparecía en la orilla del puerto, todo era gris oscuro, nuestros oídos captaron, distorsionado, el último estrépito del petrolero que entraba en la oscuridad.
Y desde ese momento cumbre de la agonía ya no recuerdo nada más. Sé que pasó la noche y a la mañana siguiente nos encontraron muertos en sendos sillones rojos, con la mirada perdida en el horizonte y la mano en el corazón.
Ahora vivimos en la tarde, formamos parte de ella, pues en nuestro testamento solicitamos que fuéramos incinerados y nuestras grises cenizas se arrojaran a la brisa del mar en una tarde gris como la que nos acompañó hasta el final.
Si, somos tarde gris y estamos aquí esperando vuestra llegada, deseosos de que sigáis nuestro ejemplo para que en un día no muy lejano la tarde gris domine las veinticuatro horas.
Os esperamos.">

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