miércoles, 10 de febrero de 2010

Testamento marítimo.

(El otorgado, con menores solemnidades que el ordinario, por la persona que se halla a bordo de una nave en viaje).

No tengo intención de abandonar este mundo de los sentidos pero la experiencia me dice, y también las estadísticas, que todos morimos y es inevitable el retorno a la inexistencia.
Yo no elegí nacer porque no existía en el momento de mi concepción y por tanto tampoco debería elegir morir, aunque en este caso, como existo, pudiese hacerlo.
Lo que sí puedo, y eso hago en estos momentos, es dejar por escrito instrucciones referentes al momento posterior a mi óbito en caso de producirse en tierra firme pues, como marino que soy, no descarto el enterramiento en la mar.
Es costumbre en la mayoría de civilizaciones, culturas y religiones celebrar un acto de despedida al finado con laudable intención de favorecer su tránsito a otros lugares en el más allá.
Para no equivocarme sugeriría que llevarais a cabo todos los rituales funerarios vigentes hoy en día (al unísono o uno tras de otro), de esa manera evitaría problemas de ser condenado en cualquiera de los infiernos que proclaman los próceres religiosos. Comprendo que, aparte de las dificultades técnicas para contactar con todos los chamanes y convencerles para dar cumplimiento a mi deseo, la multiceremonia funeraria se alargaría demasiado en estos tiempos de prisas y no creo que estéis dispuestos a embarcaros en esa misión.
Simplificando al máximo el ritual fúnebre y una vez cumplido el tiempo de espera legal por si resucito (no lo descarto, pues ya existen precedentes al respecto), sugeriría que en las exequias evitarais cualquier ceremonia con discursos elegíacos de mi persona, ya que, modestamente pienso, mi vida no ha sido relevante desde el punto de vista social, profesional y seguramente tampoco personal.
Dejemos pues los discursos entrañables para personas con más merecimientos que los míos.
Queda por último indicaros amablemente el destino que me gustaría otorgar a mi inanimado cuerpo.
Donar mis órganos (incluidos los sexuales) para mejorar la existencia de algunos de mis contemporáneos sería un último acto de amor a la humanidad.
El resto de mi cuerpo, o las partes menos útiles, podrían tener otros destinos. Por ejemplo sería de utilidad para el aprendizaje de noveles profesionales de la medicina y de esta manera alargaría mi vida útil. Exponer mi cuerpo en algún museo de Ciencias Naturales me produciría sonrojo al verme observado y manoseado por estudiantes poco respetuosos con los cuerpos ajenos.
El embalsamamiento, la congelación, el enterramiento y la incineración serían otras opciones a tener en cuenta. Descarto el enterramiento en el cielo consistente en arrojar mis despojos en un muladar a la espera de ser consumidos por las aves rapaces.
En caso de que optéis por la incineración os rogaría que las cenizas, producto de la combustión, fueran arrojadas en una tarde gris (para no desentonar) en las costas de Fisterra.
Deciros, por último, que no es mi intención reencarnarme. No obstante si no me adapto a mi nuevo estatus post mórtem estaría dispuesto a opositar a un nuevo cuerpo terrenal y no dudéis que haría todo lo posible por agradeceros personalmente los esfuerzos realizados para dar cumplimiento a mis últimas voluntades.

Islas Eolias a 10 de febrero de 2010.
El Maestre de el velero “De la Vida”.">">

2 comentarios:

Juan Manuel Simarro dijo...

Temo nota y tomo,
tomo nota y temo,
de tomo y lomo.

Anónimo dijo...

Escribo tranquila porque sé que no estás muerto y porque tengo claro que no te vas a morir, mejor dicho, que yo no lo voy a ver porque moriré antes que tú.
Estaba pensando qué escribiría y leería yo sobre ti si alguien me pidiese que dijese unas palabras el día de tu entierro.
Sé que estaría tan mal que por mucho que intentase hablar como una amiga más y de un amigo más, no podría. Sé que lo que en mi vida fuiste y siempre serías y serás, lo que sentí y siempre sentiría y sentiré, no me dejarían ser objetiva, o por lo menos, correctamente objetiva.
Me imagino a mí misma, delante de todo el mundo y con lo que queda de ti, tus cenizas, intentando hablar y resumir lo que has sido para mí durante toda nuestra vida juntos.
Un hombre singular, más bien pasivo, que nunca o prácticamente nunca ha sacado el genio que, unos más que otros, todos llevamos dentro.
Un hombre serio, con un humor irónico, ese que a casi todos les gustaba, incluso a mí al principio de conocerte, y que poco a poco me fue gustando menos, hasta que un día me di cuenta de que me gustaba lo justo y nada más.
Un hombre frío en apariencia, en relaciones, en el amor, en la calle, en reuniones, en comidas, por lo menos en todo eso las veces que yo te vi.
Un hombre callado, muy callado, tan callado que parece que algunas veces no escucha, que tan sólo oye y deja hablar, mientras miras, pero estás en lo tuyo, o no miras, sino que caminas mirándolo todo a tu alrededor menos a la persona que va a tu lado, escuchando todos los sonidos que te rodean y empapándote de ellos, pero tan sólo oyendo a la persona que va a tu lado, sin escuchar.
Un hombre raro, con algo de misterio que no supe ni nunca llegué a descubrir del todo.
Un hombre inteligente y tan sólo torpe al caminar por la calle, ardilla caminando por el campo.
Fotógrafo peculiar y digno de admirar.
Pero sobre todo y a pesar de todo, un hombre, quizás el hombre más romántico del mundo. Con tus letras, tus escritos, tu amor incondicional , tu aguante y tu paciencia conmigo, has demostrado ser un hombre con una capacidad de amar increíble, diferente, pero admirable, peculiar, pero sincera y yo, con todo este cúmulo de cosas que has sido para mí y con todo lo que he visto y vivido contigo, sólo puedo decir, sólo me queda decir y sólo quiero, quisiera y querría decir que no existen en este mundo palabras para describirte y describir lo que he vivido contigo y lo que me has hecho vivir y sentir, tan sólo dos que lo podrían resumir todo: paz y felicidad.